A finales de la década de los setenta tuve la suerte de
realizar un viaje en automóvil por una fatigada Unión Soviética que cargaba
entre sus hombros con sesenta años de férreo comunismo. Fue un viaje que,
definitivamente, cambió mi visión del mundo y cuyas impresiones están reseñadas
en otros artículos de este blog como:
Habíamos estacionado nuestro pequeño Fiat 127 a un costado
de la Plaza Roja de un Moscú que me pareció pesado, gris y habitado por gente
triste. En una de los puestos de venta del GUM (Tienda Universal Principal) se
nos acercó Natasha. Se dio cuenta que éramos unos jóvenes turistas extraviados
y en su limitado inglés trató de ayudarnos. Le dijimos que nuestro principal
deseo era el de sentarnos en alguna lugar decente a comer algo, pues en todo el
Moscu que habíamos explorado, no habíamos encontrado un lugar razonable para
sentarnos tranquilamente, sin tener que hacer cola o reservar anticipadamente. Realmente
estábamos hambrientos.
Natasha era una típica joven eslava, bastante agraciada,
aunque un poco pasada de peso. Atentamente nos condujo a un enorme y pesado
edificio con la típica arquitectura estalinista de estructuras que disminuían en
grosor a medida que se acercaban a la puntiaguda cima. Nos indicó que era el
lugar de residencia de artistas y científicos más destacados de la patria soviética.
Allí había un enorme “self service” en el que nos coleamos (nunca entendí cómo)
y logramos comer caviar y un plato de esturión acompañado con ensalada de papas
y remolacha, todo por un precio irrisorio. A nuestro alrededor, seres realmente
especiales celebraban ruidosamente con vodka, en mesas adornadas con flores frescas.
El ambiente era intimidante y pensé que en cualquier momento nos toparíamos con
un Nureyev o una Valentina Tereshkova.
Natasha quedó de encontrarse con nosotros al dia siguiente
para llevarnos a su casa y presentarnos a su familia. Pero nunca apareció.
Siempre sospechamos que fue intimidada por haber sido demasiada abierta con
turistas poco confiables como nosotros. No perecía un hecho normal su insólito
atrevimiento al introducirnos en el corazón de la “nomenklatura” soviética, del
centro de los privilegios. En la Rusia de ese momento habían tres clases
sociales muy bien definidas: el pueblo proletario (la mayoría), la clase
dirigente (omnipotente y temida) y los privilegiados del régimen (héroes de
guerra, científicos destacados y artistas consagrados). Nosotros habíamos entrado
furtivamente en uno de los ghetos de este último grupo con la ayuda de un
fantasma que desapareció para siempre, como en un cuento de Allan Poe.
Recientemente y en circunstancias muy peculiares, llegó a
mis manos un extraño pero fascinante libro, escrito por un venezolano. “La Canción
del Deshielo” de Jorge Partidas Alzuru recrea precisamente ese mundo de
privilegios de la Unión Soviética de los años cincuenta. Resulta
particularmente intrigante que un escritor venezolano se haya adentrado tan
magistralmente en el universo de la Rusia estalinista, sobre todo con una trama
tan poco familiar para lectores de este lado del Atlántico.
“La Canción del Deshielo” describe las vicisitudes de
Gaetano, un violinista toscano arrancado de su tierra por agentes soviéticos
que lo confunden con un vinícola experto. La trama se desarrolla en Georgia,
Ucrania y Moscú y está exquisitamente inmersa en un ambiente musical académico,
en relación al cual, Partidas exhibe una erudición muy particular. Yanni, hijo
soviético de Gaetano es un virtuoso del violín, circunstancia que éste
aprovecha para traficar con influencias que le permitan lograr su libertad
después de tantos años.
Yo realmente desconozco si Partidas vivió en la Unión Soviética
que describe. Me atrevería a decir que sí. Lo cierto es que todas sus
referencias a la sórdida vida de sus personajes están plenas de detalladas anécdotas
que recrean muchas de las imágenes que mi mente aún atesora de ese insólito
mundo de libertades estranguladas que me tocó experimentar en varios cortos viajes
que realicé al gigante comunista antes
de su estrepitosa caída.
“La Canción del Deshielo” es una novela digna de una mayor
difusión, pues está escrita en una prosa ligera y fresca que convierte su
peculiar argumento en una historia emocionante y universal.
No, no he vivido en Rusia, ni siquiera he estado cerca, pero si he leìdo mucho sobre la vida en los paìses, y su historia. Ademàs, en nuestro mundo moderno contamos con maravillosas imágenes que mucho ayudan. Lo demás lo hace ese órgano también maravilloso que es la mente humana. He escrito otras novelas sobre lugares y países que he visitado -y que no he visitado- pero la sensaciòn de que he traspasado barreras no solo físicas sino también de épocas y tiempos son, mentalmente, muy pero muy reales. Es un tema que sale con frecuencia en las charlas que he dado sobre la maravilla de escribir, un arte que está a la disposición de cualquiera que tenga interés verdadero y siga algunos consejos básicos. Gracias por sus comentarios favorables sobre la novela La Canción del Deshielo que si bien son para mi persona como escritor, los dirijo directamente a lo que es capaz la mente humana, si nos proponemos cultivarla y si somos consecuentes con un método. Además, es un gran deleite escribir. TELCEL patrocinó un CD-ROM, una especie de e-book enriquecido de la novela, es decir, con los conciertos y música folclorica citados. Este DVD solo se puede ver y oír en la computadora. Con gusto le obsequio el CD-ROM. Me quedan algunos ejemplares de mis otras novelas que 'presto' (no doy porque no tengo muchas) a quienes se entusiasman por la lectura y por lo que escribo.
ResponderEliminarSe puede comunicar conmigo a través de jorgepartidas@gmail.com.
De nuevo, muy agradecido por los amables comentarios.
Con mis cordiales saludos,
JP