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El Palacio Barbarito



Eran los tiempos en que Ricardo Montilla, gobernador de Apure, terminaba de construir el monumento al Negro Primero en San Fernando y mi padre, infructuosamente trató de retratarme con Rómulo Gallegos. Recuerdo al maestro anciano, sentado con un bastón en la mano en uno de los bancos del cursi conjunto escultórico, viendo de reojo y con melancólica piedad los caimanes que sostienen el enorme tazón que hace de fuente.

 Gallegos había llegado a San Fernando por primera vez en 1927, unos cuarenta años atrás, en el Ford T de José Felix Barbarito y acompañado del mismísimo Don Ricardo. Es muy posible que hayan sido huéspedes del Palacio, el cual contaba ya con unos doce años de construido. El escritor venía dispuesto a escribir una novela sobre el llano. Los Barbarito lo trasladaron al Hato la Candelaria, de su propiedad, cercano a Cunaviche. Allí, dónde el horizonte abarca mas de trescientos sesenta grados, Gallegos parió a Doña Bárbara, o al menos la engendró. “Llanura venezolana, buena para el esfuerzo como lo fue para la hazaña, toda horizontes como la esperanza, toda caminos como la voluntad

 Habíamos planificado con cuidado la primera incursión clandestina al palacio abandonado. Era un domingo temprano cuando la ciudad aún dormía y sólo los borrachitos que frecuentaban el Bar El Tamarindo profanaban inconscientes, las elaboradas arcadas de estilo renacentista. Una de las ventanas del segundo piso parecía haber sido abierta por el tiempo y nuestro plan era trepar a través de una de las columnas segmentadas de la cara este de la edificación, la menos visible. Era una aventura temeraria para dos inocentes adolescentes venidos de otras tierras. Unos diez metros nos separaba de las puertas del misterio.

 El Palacio comenzó a construirse en 1910, al cabo de cinco años se habían invertido casi dos millones de bolívares. “Una barbaridad, Barbarito! El edificio más caro construido hasta la época a lo largo y ancho del territorio nacional. Sirva de comparación que, por esa misma fecha, el gobierno logra los derechos del Palacio de Miraflores para asiento del Poder Ejecutivo, por la suma de medio millón de bolívares” – señala Juan Carlos Zapata en su reciente libro, El Palacio del Llano.

 El corazón salía por mi boca al poner por primera vez un pie en el tenebroso recinto. Hacía ya unos de 20 años que Adela Barbarito, la última de sus habitantes agarró todos sus maracundales después de la muerte de su esposo Francesco, incluyendo los costosos espejos venecianos que decoraban las paredes y se los llevó a Sicilia para nunca mas volver.

 La primera sensación que heló nuestra sangre fue el revoloteo de cientos de murciélagos que protestaron sobre nuestras cabezas ante la profanación de su morada. El hedor de estos marsupiales acostumbrados a la sola presencia de los fantasmas legendarios que protegen la mansión, nos acompañaría el resto de nuestra expedición. Al volver nuestra mirada hacia el alto techo de lo que parecía ser una de las habitaciones, una exclamación de asombro escapó de nuestras bocas: frescos multicolores perfectamente conservados adornaban la bóveda con un estilo digno de un palacio florentino. En algunas paredes, escenas del llano apureño decoraban la vastedad de los espacios. Los garceros, origen de la fortuna de los Barbarito, protagonizaban las pinturas, y las corocoras complementaban con su color escarlata el verde y blanco dominante, como queriendo emular la bandera italiana que alguna vez ondeó en el mástil exterior del palacio.

"En esa época, cuando José Felix o Saverio se asomaban al balcón, hacia la actual Plaza Independencia, los lugareños alzaban la cabeza para observarlos y se quitaban el sombrero, como si contemplaran a un emperador romano" - me cuenta don Ismael, un anciano apureño testigo de la grandiosidad del imperio Barbarito.

 ¡Cómo cambian los tiempos, Don Ismael! -Quien iba a pensar que unas cuantas décadas después, uno de los descendientes de ese imperio sería nombrado Ministro Bolivariano de Cultura y en su perfil de Twitter rezaría: "Fidel Barbarito, músico-motorizado-bolivariano-latinoamericanista-revolucionario-antiimperialista-chavista-movilizado en la batalla de los símbolos"..

 Una de los primeros símbolos de ese pasado que encontramos en el cascarón del palacio fue un montón de tarjetas postales a todo color en las que se apreciaba un barco a vapor atracado a un lado del edificio. "Edificio Hermanos Barbarito, San Fernando de Apure, Venezuela". Desde allí, enormes cantidades de plumas de garza y cueros de caimán eran embarcados hacia Europa, desde la cual los Barbarito recibían a su vez toda clase de mercancías. Pero las plumas de garza, tan de moda en los años veinte empezarían a perder valor ante la aparición de materiales sintéticos. La Segunda Guerra mundial terminó de aplastar la exótica riqueza al congelar las cuentas de los italianos en Venezuela. Ningún vapor volvería a atracar bajo la sombra del palacio.

 El rio, con el tiempo también se retiraría para dar paso a calles pavimentadas a los cuatro flancos del edificio. Era el mismo rio que en verano, se retiraba cada año para descubrir las playas de Los Cañitos, donde yo jugaba con mi amigo Joaquin el día que un remolino se llevó al hijo de doña Alcira. Conservo viva la imagen de cientos de velas encendidas flotando sobre el rio esa noche. Era como si mil luceros de la noche llanera se unieran al dolor de una madre en la desesperante búsqueda del cadáver de su hijo. El lúgubre palacio se veía a lo lejos. Al dia siguiente se supo la noticia: el cuerpo había sido encontrado pero en sus entrañas sólo habían pirañas limpiando los últimos vestigios de carne de la juvenil osamenta. “La llanura es bella y terrible a la vez. En ella caben holgadamente hermosa vida y muerte atroz. Esta asecha por todas partes pero allí nadie le teme pues el miedo del llano no enfría el corazón” – Dice el maestro Gallegos en Doña Bárbara.

 La enorme caja registradora estaba allí, en uno de los profundos sótanos. Debía pesar mas de cien kilos. Al lado decenas de voluminosos libros de contabilidad registraban en sus amarillentas páginas, con tinta negra de pluma fuente, las voluminosas transacciones de arrobas de plumas que adornarían los tocados de las damas europeas. ¿Será posible que fuéramos nosotros los primeros profanadores de estos tesoros de la historia? Cuesta creerlo, pero todo estaba allí dormido, como el recuerdo de los buques a vapor que entraban en esos tiempos por el delta del Orinoco, haciendo de San Fernando el segundo puerto fluvial del país.

 Fueron varias nuestras furtivas visitas al palacio abandonado. Recuerdo con especial emoción el avistamiento a lo lejos, en uno de los muros de un pasillo, de unas llaves colgadas de un clavo, como esperando la mano que habría de abrir el cofre con los tesoros. Al acercarnos, descubrimos que no era mas que el resultado de la argucia de un hábil pintor: eran tan bidimensionales como otros divertidos trucos ilusionistas que se repetían a lo largo de los muros. Tan reales como las ilusiones de Saverio Barbarito cuando hipotecó el palacio, desesperado por los acreedores.

 Don León Mosser Guerra nos acompañó en las orillas del rio Apure un dia de enero del 2008 cuando, desde un bongo, lanzamos las cenizas de Edwin Madrigal de acuerdo a su voluntad. Recuerdo a León en un viaje de Caracas a Apure, cuando emocionado nos mostró en plena carretera el primer cargamento de búfalos que se traía al país. Mosser siempre ha sido un enamorado del llano, sus posibilidades y misterios. Quizás por eso es, para bien, el nuevo propietario del Palacio Barbarito, el Palacio del Llano.

 Dicen que se vio obligado a contratar los servicios de un brujo para ahuyentar los espíritus que moraban en el recinto cuando cambio de manos. “Los Barbarito murieron arruinados, sin tierras, sin comercios, sin nombre inclusive. Quedaba el Palacio, pero sin rastros del esplendor, como si un extraño maleficio hubiese sepultado las cuentas buenas del pasado” (1)


 (1) Juan Carlos Zapata, El Palacio del Llano.

Comentarios

  1. Buenas tardes, estaria encantado de comunicarme con el escritor de este relato ibarralca@gmail.com

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  2. Me gustaría saber hasta qué periodo de tiempo el Hato de La Candelaria fue de los hermanos Barbarito. Tengo entendido que Juan Vicente Gómez era propietario de esas tierras en la época que Rómulo Gallegos escribió su novela. Gracias

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  3. Muy interesante historia que roza varios temas sobre la historia de San Fernando, la de una familia apureña, la de la novela mas importante publicada en el pais y la de una actividad economica importante durante varias decadas. Lo del ministro de cultura chavista, descendiente de los Barbarito, sugiere comoo la decadencia espiritual de esa familia de todo un pais. Triste

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