En estos momentos existe una probabilidad cierta de que Donald Trump vuelva a ser presidente de los Estados Unidos.
La fuerza electoral de Trump no está en las grandes urbes, ni en las universidades, mucho menos en la comunidad científica o intelectual. Su fuerza se focaliza principalmente en esa extensa América rural, principalmente blanca, religiosa, amante de las armas y de bajo nivel educativo, que siempre ha endilgado su rezago económico a factores externos como la inmigración y la globalización.
Es ése un fenómeno típico del mercadeo populista y lo vimos claramente en Venezuela cuando en el año 1998, un encantador de serpientes supo vender la tesis que los males económicos y sociales del país eran culpa de los empresarios ricos y de sus socios, los malvados gringos.
Trump vende la oferta de un líder fuerte, antisistema y ultranacionalista. Ya demostró con creces que no cree en las instituciones democráticas, cuando en enero de 2021 incentivó el asalto al Capitolio como medida desesperada ante la falta de eco ante sus denuncias de que los demócratas habían cometido un gigantesco fraude. En realidad, ninguna autoridad electoral estatal o fiscal alguno, aún en los estados más republicanos fue capaz de secundarlo en su delirio. La verdad es que, a pesar de todo, si algo ha caracterizado a la gran democracia norteamericana es la solidez y respetabilidad de instituciones indoblegables.
Y es que, precisamente, la fortaleza de las instituciones, la absoluta separación de poderes y el desprecio por los caudillos rocambolescos al estilo de Hitler, Putin o Kim Il Un, son las características más resaltantes de las exitosas democracias liberales occidentales, las únicas responsables de los enormes avances civilizatorios que nuestro planeta experimentó después de la segunda mitad del siglo XX. Nadie podrá encontrar en ninguno de los pueblos más felices del mundo (Finlandia, Dinamarca, Luxemburgo, Países Bajos, Suiza, Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Suiza o Suecia, por ejemplo) la presencia de caudillos que mancillen las instituciones, que toleren el racismo o que rechacen el fenómeno de globalización como instrumento de paz e integración planetaria.
En nuestro país, un número importante de opositores a la dictadura de Maduro ha apostado por Donald Trump como el caballero andante que nos liberará de los tiranos. Se les olvida que ya tuvo esta oportunidad en el pasado, y que, afortunadamente sus acciones no pasaron mas allá de sus palabras. Y digo, afortunadamente porque una acción militar gringa sólo acentuaría nuestras diferencias como pueblo y tendría consecuencias impredecibles. Y es que además es ingenuo pensar que una acción contra la dictadura venezolana por parte de Trump sería una acción altruista y a favor de la democracia. Lo dijo claramente en junio de 2023 (transcribo literalmente) “Cuando salí de la presidencia, Venezuela estaba lista para colapsar y hubiéramos agarrado todo ese petróleo. Pero ahora le compramos petróleo a Venezuela! Pueden creerlo?”
Los pueblos se equivocan. A mi me resulta doloroso pensar que la gran democracia norteamericana apueste de nuevo a un individuo errático, mitómano, prepotente e intolerante como su líder. Porque los valores que debe encarnar un líder no pueden ser muy diferentes a los que uno desearía reflejar en sus hijos. Un líder mundial no puede desconocer las evidencias científicas de fenómenos como el cambio climático, como tampoco menospreciar las diferencias sexuales, religiosas o raciales de un planeta diverso. Un mundo en paz requiere de líderes solidarios y sensibles con los seres humanos que vinieron al mundo con oportunidades disminuidas.
Ojalá que en esta oportunidad, como en otras determinantes para la historia de la humanidad, triunfe de nuevo la justicia, la cultura y la sensatez de los hombres grandes. La historia no necesita más caudillos ególatras, destemplados y belicosos. Necesita estadistas que comprendan los grandes problemas que nos aquejan y encuentren soluciones globales. Pues aunque querámoslo o no, somos un mismo planeta.
Alejandro creo que das en la clave cuando te refieres a dos americas, una liberal de avanzada, educada de valores modernos y otra atrasada. La prieta debe hacer un gran esfuerzo para conectarse y ligarse con l segunda como trabajo permanente. Lo mismo nos pasó en Venezuela
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