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Mostrando entradas de 2014

Navidad en la Unión Soviética

La nieve que cubría el abeto a la salida de la estación central de trenes de Leningrado esa mañana era diferente a la que yo conocía. No eran las típicas hojuelas apiladas, sino cristales perfectos que reflejaban las últimas luces artificiales de la noche invernal. Comprendí en ese momento el concepto de escarcha, ese material artificial que mi madre solía utilizar en sus arreglos florales navideños que a decir verdad, siempre me parecieron un poco cursis. Acababa de pasar una extraña noche a bordo del “Estrella Roja”, el emblemático tren soviético que conectaba la capital rusa con la ciudad de Pedro el Grande. Abordo, había compartido mi vagón cama con un japonés absurdo que desempacaba bolsas plásticas impecablemente selladas con cada prenda de vestir que se ponía para dormir durante la noche o al levantarse esa gélida mañana de enero. A ambos nos despertó a las seis, el marcial himno de la Unión Soviética que desde el parlante del techo nos recordó el desdén por la pr

Chuao sabor a cacao.

El Chorreron de Chuao sólo era conocido por los cazadores del pueblo. Para ellos era un lugar siniestro que sólo utilizaban para acorralar a las dantas en sus cacerías nocturnas -nos relata Angel, nuestro guía-. Pero hace algo más de diez años, Monito, uno de los cazadores, se voló un pie con uno de los niples que usaban como trampas activadas por una cuerda. Sus compañeros llegaron a Chuao en búsqueda de ayuda a la medianoche. Fue así como medio pueblo se trasladó a la montaña, abriendo el actual sendero hasta la cascada, para permitir el traslado del herido en una hamaca. Monito perdió el pie, pero Chuao descubrió para el mundo exterior uno de sus múltiples atractivos turísticos. Seis kilómetros separan este chorro de setenta metros del hermoso poblado. El paseo es una hemorragia sensorial de luz y color. Las aguas cristalinas interrumpen el sendero veintidós veces antes de la precipitación de las frías aguas al hermoso pozo que refresca los cuerpos cansados del

Edwin Madrigal

Cuando un buen dia de aquel 1948, Edwin Madrigal aterrizó en el aeropuerto Grano de Oro de Maracaibo, proveniente de Costa Rica, traía en su mano una pequeña maleta de madera que tenía en su interior una colección de tubos arrugados de pintura de óleo, varios pinceles y espátulas y una hermosa paleta de pintor cubierta de amorfas manchas multicolores que el tiempo y el trabajo laborioso había plasmado en su superficie, como evocando cada uno de los episodios de miserias y alegrías que acababa de cerrar en su tierra natal. Hasta hace poco los restos de ese desvencijado maletín deambulaban por casa negándose a cerrar historias. De Maracaibo, emprendió a los días, el viaje a una Caracas que todavía estaba conmocionada por dos acontecimientos que mi padre tardó en asimilar: el derrocamiento de su admirado Rómulo Gallegos y la enorme algarabía por el triunfo mundial de Venezuela en un lejano deporte del que sólo había oído hablar de boca de los gringos, pero el cual poco desp

Los Warao y la revolución

Cuando en un día de julio de 1498 Cristóbal Colón pasó por Boca de Serpiente, esa estrecha garganta que separa el Delta del Orinoco de las costas de Trinidad, pudo observar que el agua era bastante dulce por lo que la presencia de un gran rio era inminente. Si esto era cierto, lo que estaba observando no era una islita más, sino la esperada Tierra Firme. A esta masa continental la llamó Tierra de Gracia y no dudó en situar en ella el Paraíso Terrenal. Capure y Pedernales son las últimas poblaciones que acaricia el Padre Orinoco antes de su espectacular matrimonio con el Océano Atlántico, en el caño Mánamo, uno de sus brazos finales. De este lugar nos separan unas cuatro horas en lancha rápida desde Tucupita, la capital del Estado Delta Amacuro. Es la tierra de los remotos Warao, dueños de estas aguas mucho antes que Colón imaginara la Tierra de Gracia. Sus palafitos pueblan las riberas de los caños teniendo de fondo la selva impenetrable y deslumbrante de los vitales moriches,

La Salida

Son dos mitades  mas  o menos similares, dependiendo de l momento y la vara con que se midan. Pero representan polos opuestos cuyo encuentro solo produce chispas y a veces in cendios.  Y muerte.   Son dos maneras de ver la vida, dos concepciones  diferentes de cómo plantear  el futuro.   Una falló en el pasado en construir una sociedad de justicia social. Se construyó un país con enormes oportunidades para los  mas  fuertes. Pero se  invisibilizó  a la mayor parte de los estratos  mas  pobres. Era  mas  cómodo ignorarlos. Eran feos, ignorantes, vivían en ranchos . Sólo nos acordábamos de ellos cuando había que votar. Entonces los políticos les regalaban bolsas de comida y láminas de zinc.   El otro modelo trató de empoderarlos . Por primera vez la señora que vivía en la punta del cerro asistía a un escenario como el  teatro   Teresa Carreño para ser beneficiaria de alguna de las múltiples misiones sociales. Y este estrato olvidado se sintió por primera vez tomado en