Son dos maneras de ver la vida, dos concepciones diferentes de cómo plantear el futuro.
Una falló en el pasado en construir una sociedad de justicia social. Se construyó un país con enormes oportunidades para los mas fuertes. Pero se invisibilizó a la mayor parte de los estratos mas pobres. Era mas cómodo ignorarlos. Eran feos, ignorantes, vivían en ranchos. Sólo nos acordábamos de ellos cuando había que votar. Entonces los políticos les regalaban bolsas de comida y láminas de zinc.
El otro modelo trató de empoderarlos. Por primera vez la señora que vivía en la punta del cerro asistía a un escenario como el teatro Teresa Carreño para ser beneficiaria de alguna de las múltiples misiones sociales. Y este estrato olvidado se sintió por primera vez tomado en cuenta. Fue terreno fértil para la esperanza.
Pero para hacer eso se recurrió a un modelo económico inviable, basado en el ataque a la libre iniciativa, motor de comprobada eficiencia en la construcción de las sociedades mas avanzadas, de cualquier signo.
Fue un modelo de fracasos demostrados en los experimentos socialistas que se desarrollaron con la revolución bolchevique que comenzó en 1917 y que colapsó estruendosamente en 1989 con el derribo del Muro de Berlín
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Asombrosamente en Venezuela se siguió la misma y anacrónica receta de expropiaciones de empresas y fincas que diez años después están mas improductivas que nunca. Fueron 15 años de férreos controles de precios, de salarios, de paridad cambiaria, de ataque a toda actividad privada.
El resultado era totalmente previsible: improductividad, desabastecimiento, mercado negro, inflación y paradójicamente, enorme violencia. Digo paradójicamente, porque la teoría dice que a mayor equidad social, menor calidad de la pólvora para los cañones de la delincuencia.
El gran drama es que en estos momentos, estas dos visiones están entrampadas. Democráticamente no hay forma de que una se imponga a la otra a no ser que una de las mitades categóricamente deje de serlo. Cualquier intento de imposición por la fuerza no solamente sería desconocido por el mundo civilizado, sino que llevaría a un escenario de ingobernabilidad total a menos que el sector que se imponga reviviera el sangriento fantasma de un Pinochet.
En estos momentos la oposición venezolana está forzando una salida. Me da la impresión que por impaciente, se equivocó de momento. El modelo iba a crujir en algún instante y el muro chavista se derrumbaría por si sólo, sin disparar un tiro. Como Berlín 1989.
Es ingenuo pensar que la presión de traduzca en una renuncia inmediata por parte del presidente. Pero la presión si puede doblegar al gobierno a enmendar el modelo y abrir válvulas de escape que satisfaga a ambos bandos, dónde los radicales de ambos signos no tendrían cabida.
Los modelos posibles están allí: Chile, Brasil y hasta el mismo Ecuador o Nicaragua (por nombrar sólo gobiernos de “izquierda latinoamericana”) exhiben índices de progreso social equiparables a los de Venezuela, sin abandonar el estímulo a la propiedad privada y a los medios privados de producción. Panamá, un gobierno de derecha, muestra según la CEPAL (2013), índices de reducción de pobreza equivalentes a los de Venezuela. La diferencia es que Venezuela llega a esta condición con una economía arruinada y con la producción en el suelo, terreno inmejorable para disparar de nuevo la producción de indigentes.
Que va a pasar en los próximos días? Confieso que mi bola de cristal está un tanto empañada (al igual que la de algunos pitonisos internacionales) pero es obvio que el gobierno jugará al desgaste de la oposición y aunque ésta cuenta con la enorme energía de la masa estudiantil, es muy probable que sucumba con el tiempo, como ha ocurrido en otras ocasiones.
La impaciencia es muchas veces mala consejera. Si bajas un aguacate de la mata antes de tiempo, este nunca madurará por mas artilugios que emplees. La mitad de la población, sobre todo en los estratos populares es totalmente indiferente ante las actuales protestas, pero ha comenzado a entender que el desgaste es evidente. Es allí dónde la oposición debe enfocar sus esfuerzos.
De todos modos, los movimientos de febrero de 2014 no han sido en vano y es posible que nos lleven a desenlaces inesperados. Solamente la rectificación económica representaría un enorme éxito.
Hay muchas heridas abiertas, pero profundizarlas en estos momentos resultaría demasiado costoso.
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