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Mostrando entradas de 2024

El Zamuro y el cumpleaños

 El zamuro y el cumpleaños Hoy, a pesar de cumplir un año más sobre la faz de la tierra, me levanté muy temprano a hacer café.  En la ventana de la jardinera me sorprendió un oscuro Zamuro (zopilote) parado en la baranda; de esos que se ha vuelto común en la fauna caraqueña. Pero al contrario de lo que usualmente sucede, el carroñero de la ventana no se inmutó ante mi presencia y por el contrario se quedó mirándome con ojos inquisidores. El episodio no hubiera cobrado importancia a no ser por lo que sucedió horas después, luego de mi frugal almuerzo. Una llamada desde un número desconocido interrumpió mi siesta habitual.  "Hablo con el Sr. Alejandro Lezama"? Preguntó una voz femenina. Al reconocer mi nombre y segundo apellido respondí, "si,. dígame, ¿en que puedo ayudarle?" "Queremos desde Seguros Cataplum (realmente no recuerdo el nombre) desearle un feliz cumpleaños y ofrecerle una póliza de servicios médicos domiciliarios y funerarios" Coño! pensé. La v

Viaje a la tierra de los piaroa

 "Un bongo remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha". Así comienza Doña Barbara, la novela, y así comienza nuestro viaje por las tierras amazónicas de los piaroa. El bongo es la embarcación típica de los grandes ríos venezolanos. Es una gran canoa techada con "fueraborda", manejado por un capitán y, en nuestro caso, dos pilotos auxiliares en la proa dotados de canaletes para esquivar los raudales y bancos de arena que emergen cuando las aguas están bajas. Un teniente de la guardia nacional, ataviado de "Rango" nos advierte en el puerto de Samariapo, con infundado dramatismo, sobre los peligros que enfrentaremos en los próximos días: malaria, tigres, tarántulas, serpientes y de todos los demás espíritus malignos de la selva amazónica. Las aguas turbias del padre Orinoco evitan mezclarse con las corrientes oscuras del río Sipapo cuando se encuentran al sur de la Isla Ratón. El Sipapo se adentra en la selva como una gran anaconda. L

LA ALCANCIA

Esta es la historia de un amigo que, precozmente, a los 7 años decidió ir guardando todos sus recuerdos memorables en una alcancía. Como testigo de excepción, yo solo me limitaré a narrar algunos episodios de esa aventura, sin atreverme a juzgar las consecuencias de tan peculiar empresa. Era una alcancía como cualquiera, de barro crudo y en forma de marrano, pero lo suficientemente grande para acumular recuerdos hasta que su memoria comenzara a fallar. En ese momento (según rezaba el documento redactado a tal efecto), el cochinito de cerámica sería astillado en mil pedazos, pues al fin los cochinos, por más bonitos que sean, siempre resultan destruidos por el hombre para su usufructo mundano cuando el apuro aprieta. Hay que decir en este punto que nuestro amigo había ideado este plan no para si (pues para que serviría desempolvar recuerdos si tu memoria ya no podría recordarlos). Era más bien una forma de evitar que los recuerdos se perdieran para siempre al fin del trayecto.