Los estoicos de la Grecia antigua proponían como meta
espiritual, la imperturbabilidad del ánimo mediante la disminución de las
pasiones y deseos. A este estado anímico, donde la mente experimenta una
ausencia total de frustraciones, le llamaron ATARAXIA. Epicúreo la equiparaba
con el estado de total reposo del mar cuando ningún viento perturba su
superficie.
Ante el actual estado de conmoción política que inunda la
vida cotidiana en esta Venezuela, he resuelto intentar (sin mucho éxito), la
práctica de la Ataraxia como medida profiláctica hacia mi tribulado espíritu.
Para ello trato por ejemplo de rememorar aspectos bucólicos de mi pasado, pasajes
placenteros enmarcados por la serenidad. Intento, de esta manera de
transportarme por instantes a parajes idílicos y remotos, a las antípodas de esta
turbulenta cotidianidad. Muy a menudo es la Gran Sabana y sus cascadas las que
acuden a mi auxilio. Me he imaginado mi cuerpo tendido en una gran laja
solitaria en Mantopai, sacudido por los estimulantes rápidos que emanan del
Sororopan tepui, que en realidad son las lágrimas de una antigua princesa
pemona, convertida en piedra a causa de su infidelidad.
Anoche, después de mi dosis masoquista diaria de esa avalancha
de sucesos extraordinarios que sobre nuestro país atiborran las redes sociales,
las enseñanzas de los estoicos y epicúreos acudieron a mi auxilio, pero esta
vez me transportaron en un sueño a una experiencia real reciente, aunque no exenta
de incredibilidad.
Antes de contarles la historia debo actualizarlos en la epopeya
de Jasón y los Argonautas, una antigua odisea griega (muy anterior a la Iliada)
que narra la búsqueda del Vellocino de Oro (en realidad un pedazo de cuero de
carnero), el cual Jasón debe recuperar a fin de obtener el trono de Yolcos en
Tesalia. Para lograr su cometido debe vencer a un temible dragón que custodiaba
dicho tesoro. La terrible hazaña es cumplida a la orilla del actual rio Ljublanica dónde hoy se levanta Ljubljana, una ciudad de cuentos de hadas que funge como
capital de Slovenia, pequeño país eslavo que antes del derrumbe de la Cortina
de Hierro, formaba parte de Yugoeslavia.
Allí llegamos recientemente Sofía, Augusto y este narrador,
sin ninguna idea preconcebida. Veníamos de la región de Friuli - Venecia, en
Italia, que por su proximidad influencia con su idioma, gran parte de las
transacciones lingüísticas de este territorio que tiene como esloveno a su
lengua oficial.
El hecho es que, desde que entras a este país de apenas dos
millones de almas, te asalta una sensación de irrealidad. Suaves colinas,
verdes, verdísimas. Lagos serenos, azules, azulísimos. Castillos encantados,
llenos de leyendas y una pulcritud absoluta te incitan a apostar que si en algún
lugar de la Tierra los dioses griegos pudieran lograr un estado de Ataraxia es
en este territorio extraído de un cuento de los hermanos Grimm.
Nuestra primera aproximación a esta irrealidad fue el
Castillo de Predjama. Alguien, por allá en el siglo XII quiso construir una
fortaleza inexpugnable y no se le ocurrió otra cosa que edificarlo en la boca
de una gran caverna que a su vez alberga en su interior a los únicos dragones
vivientes del planeta, el Proteus (Proteus anguinus), una salamandra acuática
llamada también “human fish” por el color de su piel que para colmo de excentricidades,
come, duerme y procrea debajo del agua.
Entramos a Ljubljana, la capital, esperando encontrar una ciudad
todavía cubierta por el polvo gris y mugriento del comunismo, bajo el cual permaneció
por casi cuarenta y cinco años. Pero la capital de Slovenia (de apenas
trescientos mil habitantes) es otra utopía hecha realidad. Alli el orden, la
pulcritud y la paz son vigiladas permanente por los dragones del “Zmajski most”(Puente
de los Dragones), que además son el ícono de la ciudad.
Al norte del territorio, ya en frontera con Austria, los
Alpes dominan el paisaje. El lago Bled con su idílica isla, impacta con sus
aguas prístinas y sus cuentos de caballeros y castillos. Por cierto, una de las
princesas más célebres que la modernidad eslovena ha dado al mundo es nada
menos que la actual primera dama de los Estados Unidos, Melania Trump, que como
su país, parece ser más un sueño de Walt Disney que un personaje dispuesto a
escribir su propia historia.
El hecho es que, en búsqueda de la Ataraxia, esa noche me tele
transporté al Castillo de Bled y la impresionante vista de azules que tiene
como colofón las montañas nevadas de los Alpes Julianos. Imaginaba a un
elegante jinete con su lustrosa armadura franqueando el puente levadizo de
madera que corona su entrada, mientras un temible dragón amenazaba con su aliento
de fuego, su entrada triunfal.
Pero mi sueño fue interrumpido por gritos en mi ventana.
Estelas de gases lacrimógenos eran revertidas en su dirección por jóvenes del
vecindario, intentando repeler el ataque de guardias nacionales que intentaban
entrar a nuestra urbanización para reprimir a los vecinos que en acto de
rebeldía pretendían cerrar con obstáculos las calles aledañas.
El escenario de nuestra actual rebelión cívica ante los
atropellos acumulados durante dieciocho años de “revolución bonita”, me
hicieron retornar a mi realidad. Se desvanecieron de pronto los azules y verdes
intensos y prístinos de la sorprendente Slovenia para dar paso a sensaciones más
vernáculas como el intenso picor del gas pimienta y los aullidos de proyectiles
y jóvenes que hoy libran una lucha desigual ante la injusticia.
En ese momento me convencí de algo de lo que ya había sido
prevenido: la ataraxia es solo para los dioses.
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