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Crónicas de la calle en rebelión



Los zapaticos azules “Columbia” comprados con dólares de Cadivi a Bs 8, en el Dolphin Mall ya no dan para más. Se conocen de memoria el asfalto de la Francisco Fajardo, de la Francisco de Miranda, de la Libertador y aún de las Avenidas Victoria y Nueva Granada. Su suela acusa el desgaste del ardiente pavimento. Aun así me han servido para no resbalar cada vez que debemos correr (me refiero a Sofía y yo) cuando comienza la lluvia de cilindros metálicos que expelen un vapor picante y que caen cerca de nuestras cabezas.

Para colmo de males, mi sombrero de Panamá (que no es de Panamá) el cual normalmente le servía de refugio a la parte superior de mi humanidad, fue destruido a navajazos por un grupo de “colectivos” que en la avenida Baralt, frente al TSJ, que me rodearon acusándome de tener “cara de escuálido”. Yo les respondí que lamentaba tener esta cara pero les rogué la devolución de mi sombrerito, cosa que hicieron después de fabricar con un “exacto” unas ranuras adicionales de ventilación que a decir verdad, quedaron un poco choretas, por lo que me da algo de vergüenza volver a usarlo.

Decidí que no me iba a calar más ese asunto de aspirar gases lacrimógenos cada vez que intento acercarme a fotografiar dos especímenes inéditos (pero no menos espectaculares) de las calles caraqueñas, La Ballena y El Rinoceronte. Por cierto, debo decirles con propiedad que dichos animales, cada vez que sus dueños los ponen en posición de ataque, son decorados con pintura (principalmente en sus grandes ojos) por artistas callejeros, que son recibidos curiosamente por la multitud con el grito de “Valientes!” (Estoy de acuerdo, el arte es siempre valentía). Estos artífices logran impactar los espacios seleccionados con figuras amorfas multicolores que emulan normalmente pinturas de Kandinsky. No obstante debo mencionar que últimamente se ha puesto de moda otra reciente forma de arte escatológico que no me parece para nada sublime.

El hecho es que buscando protección para mis ojos y nariz, me encontré en una repisa del baño una vieja máscara de buceo, probablemente de Augusto, que decidí llevar a la próxima marcha para no pasar tanta roncha. Como ya no tenía mi sombrerito, me puse una gorra  negra que también encontré en los predios de Augusto. Cuando comenzó la zaparapanda de gases, yo tenía la máscara sobre la gorra, pero con los nervios del ataque sorpresivo no acaté a colocarla sobre mis ojos y nariz. Una joven manifestante se me queda viendo y sorprendida por la necesidad me dice: “señor, usted no está utilizando la máscara” y acto continuo me la quita y sale corriendo. Sofía me gritó “Papi se robaron tu máscara!”. La consolé diciéndole que era preferible que uno de los “valientes” la usara en lugar de nosotros, las gallinas que corremos despavoridos ante el estallido de cualquier proyectil.

Pero las marchas kilométricas en esta etapa trágica de nuestra Venezuela no se han limitado al ámbito local. Hace unas semanas, visitando a Augusto en su nuevo reducto alemán, leí en las redes que los venezolanos en Múnich habían organizado una protesta en esos días de abril. Fue así como, a pesar de una gélida y extemporánea nevada que los chavistas interpusieron ese día para amilanarnos, llegamos a la hora de la convocatoria a la Max-Joseph Platz, lugar del encuentro. Yo hubiera apostado que a pesar de ser venezolanos, la disciplina alemana hubiera corregido el nefasto hábito de la impuntualidad. Pero no fue así; fuimos de los primeros en llegar. Yo sostenía una banderita al pie del monumento del rey Max cuando desde una camioneta negra alguien me llama en español, abre la puerta trasera y me entrega una caja llana de banderas y propaganda, y finalmente me da instrucciones para que discuta con la policía en caso de una inspección (¿!). Sin esperar a mediar palabras, el sujeto arranca y me deja todo desconcertado sosteniendo el material. Afortunadamente el lugar se fue llenando paulatinamente de compatriotas y al cabo de unos minutos todos estábamos gritando la famosa consigna de: Wer sind wir? ¡Venezuela! Was wollen wir? Freiheit!!.

La nota pintoresca de la jornada la puso una señora alemana bien panita, por cierto, que vino con una generosa pancarta que en alemán pedía la liberación de los presos políticos en Venezuela y se lanzó con un emocionado discurso que todos aplaudimos a pesar de nuestras limitaciones lingüísticas.


Desconozco en este momento cuantos kilómetros más me tocará marchar y si tendré que cambiar para ello mis zapatos Columbia y comprarme un nuevo sombrero de Panamá. Lo que si es cierto es  que considero un privilegio ser protagonista de un momento en el que el atropello de un régimen nos ha unido con un mismo objetivo: volver a tener un país normal dónde en algún momento podamos ir de nuevo al mercado a comprar azúcar, como si fuera algo rutinario y no un episodio de "The Walking Deads".

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