Ir al contenido principal

El Pana Andrés Pastrana.


 A mediados de los ochenta solía utilizar una aerolínea de bajo costo que conectaba Barbados con Luxemburgo, razón por la cual conocía las calles del Gran Ducado con cierta pericia. Era el punto de conexión con otras ciudades europeas. En una de esas caminatas por el minúsculo pero riquísimo país, me topé con una tienda de ropa de hombres que anunciaba un remate de sacos a 100 francos luxemburgueses, una ganga increíble para la época. Un apático vendedor comienza a mostrarme los blazers disponibles para mi talla. “Este estaría bien, pero en un color más oscuro” – le decía en mi precario francés de la época. “No me gustan los botones, ¿podrían ser dorados?”. “Esta solapa está como fuera de moda, ¿no tiene una menos puntiaguda?” El buen hombre desplegaba una a una las chaquetas sobre el mostrador hasta que casi todas habían sido mostradas. En ese momento se me queda mirando y me dice: “Monsieur, pour cent francs.., ¿Qu'est -ce que vous voulez?!!” (algo así como: amigo!, por cien francos ¿Qué es lo que usted quiere?).

Me sentí no solo regañado sino apenado al ver el reguero de sacos por la tienda. La humillación hizo efecto y al llegar al hotel me dí cuenda que había agarrado el mas horrible de los sacos, uno de color ratón con unas absurdas solapas redondas, como las que usaba Gepetto, el padre adoptivo de Pinocho.

No recuerdo si alguna vez lo usé. Lo que si es cierto es que mucho tiempo después, en la única otra ocasión que compré un traje en el antiguo continente decidí vengarme e invertir en algo que valiera la pena para asi resarcirme de la mala experiencia de los “cent francs”. Fue así como aquel “pret a porter” Hugo Boss adquirido en el Boulevard Saint Germain de Paris llegó a Caracas como inquilino de honor de mi closet, justo unos días antes de un importante compromiso de negocios en Bogotá.

Había oído hablar que los bogotanos son muy clásicos y formales en el vestir, así que en esa fría mañana que llegué al Hotel Dann Carlton decidí encasquetarme el “Hugo Boss” con una corbata de seda para ir a visitar a Don Benjamín, el propietario de una empresa de comunicaciones interesado en uno de nuestros productos.

Don Benjamín nos había citado en una exposición de tecnologías que se llevaba a cabo en Corferias, una especie de palacio de exposiciones en Bogotá, donde su tenía un stand. Al bajarme del taxi en la puerta de Corferias, veo un nutrido grupo de personas muy bien vestidas que hacían cola para entrar por un costado. Yo me les uno en la fila hasta que me toca el turno con un apurado portero que me pide mi pase. “Pase?” – le pregunto. “No, hermanito” – intenté explicar, “Yo solo vine por Don Benjamín….” – “bueno pase, pero rápido, pase usted!..” y no me permitió terminar la frase.

Un poco desconcertado, logro localizar el nombre de la empresa de Don Benjamín en uno de los numerosos stands. Pregunto por él a la solitaria chica que lo atiende. “Don Benjamín está entrando en el auditorio, doctor. Por allá, donde está entrando toda esa gente, pero apúrese que ya van a comenzar!”.

Un poco mas desconcertado, me uno como una autómata al grupo de gente elegante que ahora entra por una puerta rodeada de guardias que invitan a todo el mundo a apurarse. “Mire, yo sólo estoy buscando a Don Benjamín…” Intento explicar al portero que pide mi pase. “No importa, pase doctor, pero apúrese” y literalmente me empuja dentro de un auditorio ya lleno.

“Ajá: ¿y como voy a ubicar a Don Benjamín si ni siquiera lo conozco?” –Pienso, mientras la marejada de gente termina de sentarse.

Mas desubicado que cucaracha en baile de gallina, soy agarrado en el pasillo por un brazo, por una chica de uniforme que me jala hacía las primeras filas del auditorio. “Yo solo estoy buscando a Don Benja…” La chama no me permite explicar nada, solo me dice “Corra y siéntese en ese asiento de adelante que ya va a comenzar!!”

No logro entender nada!. ¿Dónde está Don Benjamín?. – me digo, mientras suena una fanfarria y yo me veo obligado a sentarme en la primera fila.

Inmediatamente (todo esto ocurre en segundos) entran unos apertrechados militares por una puerta frente a mi y detrás de ellos inmediatamente un personaje de bigotitos que me parece conocido. Mientras suena la fanfarria, el personaje comienza a saludar a todos lo que ocupan la primera fila, hasta que llega dónde yo estoy y me extiende la mano. Ahora lo reconozco: es Andrés Pastrana, el presidente!!

Mientras estrecho su diestra, casi le digo: “No mire, debe haber una equivocación, yo sólo vengo por Don Benjamín”. Pero la surrealista escena es seguida inmediatamente por la interpretación del himno colombiano. Todo el auditorio se para y comienza a cantar. Entonces me volteo hacia mi rubio vecino de la derecha, que no canta. El respaldar de su asiento dice “Embajador Suecia”. Aterrado, volteo hacia la izquierda y me encuentro con un inquisidor rostro de un militar como de veinte estrellas y doscientas condecoraciones que si canta y me observa con curiosidad. “Por qué no estará cantando?” – imagino que piensa, mientras me veo arrestado por los servicios de inteligencia colombianos. Trato de mover los labios al ritmo del himno, copiando de reojo al general. Es en ese momento que se me ocurre voltear para ver que dice mi asiento y leo “Embajador Noruega”. Jurungo en mi cabeza todos los conocimientos que tengo sobre el nórdico territorio por si acaso el general de al lado me pregunta algo al finalizar el himno, pero decido que es una mala idea, que es mejor confesarle que sólo venía por Don Benjamín y que no sé una sola palabra de noruego.

Debo admitir que al cabo de un rato, ya después del discurso del presidente dónde dejaba inaugurada la exposición y exponía sus planes en materia de tecnología, empecé a agarrarle el gustito al episodio, sobre todo al verificar que mi temido vecino de la izquierda había dejado de verme con reconcomio. Por una hora, me olvidé de Don Benjamín y para ser honesto, creo que nunca hicimos negocios con él, pero yo quedé fascinado con aquel papel de embajador provisional, tanto que, como el resto de los invitados de la primera fila, salí al patio después del acto, para despedirme de Pastrana mientras este ocupaba uno de los tres idénticos BMW azul marino que salieron raudos, seguidos por numerosos vehículos militares, esa fría e loca tarde colombiana.

En cuanto al “Hugo Boss” todavía lo conservo, sólo que desde entonces sólo lo uso para los actos oficiales.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El Palacio Barbarito

Eran los tiempos en que Ricardo Montilla, gobernador de Apure, terminaba de construir el monumento al Negro Primero en San Fernando y mi padre, infructuosamente trató de retratarme con Rómulo Gallegos. Recuerdo al maestro anciano, sentado con un bastón en la mano en uno de los bancos del cursi conjunto escultórico, viendo de reojo y con melancólica piedad los caimanes que sostienen el enorme tazón que hace de fuente.  Gallegos había llegado a San Fernando por primera vez en 1927, unos cuarenta años atrás, en el Ford T de José Felix Barbarito y acompañado del mismísimo Don Ricardo. Es muy posible que hayan sido huéspedes del Palacio, el cual contaba ya con unos doce años de construido. El escritor venía dispuesto a escribir una novela sobre el llano. Los Barbarito lo trasladaron al Hato la Candelaria, de su propiedad, cercano a Cunaviche. Allí, dónde el horizonte abarca mas de trescientos sesenta grados, Gallegos parió a Doña Bárbara, o al menos la engendró. “ Llanura venezolana...

Trump

  En estos momentos existe una probabilidad cierta de que Donald Trump vuelva a ser presidente de los Estados Unidos. La fuerza electoral de Trump no está en las grandes urbes, ni en las universidades, mucho menos en la comunidad científica o intelectual. Su fuerza se focaliza principalmente en esa extensa América rural, principalmente blanca, religiosa, amante de las armas y de bajo nivel educativo, que siempre ha endilgado su rezago económico a factores externos como la inmigración y la globalización. Es ése un fenómeno típico del mercadeo populista y lo vimos claramente en Venezuela cuando en el año 1998, un encantador de serpientes supo vender la tesis que los males económicos y sociales del país eran culpa de los empresarios ricos y de sus socios, los malvados gringos. Trump vende la oferta de un líder fuerte, antisistema y ultranacionalista. Ya demostró con creces que no cree en las instituciones democráticas, cuando en enero de 2021 incentivó el asalto al Capitolio como medi...

La difícil relación Dios con Venezuela

Ante todo, pido a los creyentes indulgencia ante este improvisado ensayo. Saben? en estos tiempos de indignación el oficio de la escritura es, para quien escribe, una especie de catarsis. No pretendo entonces inocular opiniones, sino expresarlas.  Lo primero que debo decir es que siempre me ha parecido un misterio el proceso epistemologico mediante el cual, las personas creyentes en los procesos sobrenaturales dan gracias a los dioses por los favores recibidos cuando éstos son favorables, pero atribuyen a fenómenos mundanos o a nuestros pecados, las desgracias cuando ocurren.  Porque si los dioses, como en el caso del Dios bíblico, son todopoderosos, no es explicable (al menos para mí limitado entendimiento) por que ellos actúan tan aleatoria e injustamente, permitiendo, en la mayoría de los casos, tanto dolor y sufrimiento.  El Caso Venezuela es un buen ejemplo de lo que intento expresar.  Hace poco escuchaba a un reconocido periodista terminar desde Miami su report...