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El Ocaso del Flautista


“Y..eso que habló..Fue el Presidente?”, preguntó en un tuit la periodista Ibellyce Pacheco justo después de las primeras palabras de Maduro luego de conocerse los resultados del 14 de abril, en uno de los mas grises y lastimosos discursos en la historia presidencial venezolana.

Unas horas antes un amigo muy objetivo que labora dentro del centro de totalización de la MUD, ante mi desesperación por tener noticias confiables, me escribió: “Bush Gore 2000. Los resultados del exterior pueden hacer la diferencia”, aludiendo a la reñida campaña en donde George W. Bush fue proclamado presidente después de varios días rasgando votos en el estado de Florida. Queda la pregunta: que hubiera sucedido con los resultados si las condiciones electorales no hubieran estado signadas por avasallamiento y el abuso oficial?

Yo no desmerito la impecable campaña de Henrique Capriles que acaba de finalizar con su estrecha derrota. Pero bajo mi modesta lupa todo es, fundamentalmente, consecuencia de que la flauta del Flautista de Hamelin dejó de sonar y que a su sucesor le asusta su propia mediocridad y ante la enorme montaña que tiene ahora por delante, debe estar extrañando sus cómodos días de viaje por el mundo como insípido canciller.

 Yo recuerdo que a finales de los años ochenta, siempre sintonizaba con morbosa curiosidad el programa sabatino de un famoso predicador gringo, ultraconservador, que con sus hábiles arengas arrastraba multitudes y hacía derramar litros de lágrimas a sus crédulos seguidores. Para mi era fascinante observar el increíble espectáculo que sábado tras sábado se convertía en fenómeno de masas. Hasta que una vez lo fotografiaron entrando a un motel con una conocida prostituta. De allí en adelante se comenzó a descubrir su impresionante fortuna, producto de su hábil manipulación de los débiles espíritus. Su imperio se desmoronó en horas.

 Hugo Chavez fue un excelente encantador de serpientes. Con la diferencia, con respecto a nuestro predicador, de que siempre fue consecuente con sus principios. Su fuerza se alimentaba de su profunda convicción en sus anacrónicas ideas. Fue un apasionado de ellas y murió intoxicado de su fanatismo. En su delirio, logró arrastrar a un pueblo débil que logró comprar la idea del vengador justiciero. Era un pueblo sin el sustrato cultural adecuado para comprender que un mero reparto basado en la aniquilación de las fuerzas productivas del país no era sostenible en el tiempo.

Hugo Chavez, en su delirio final, dio el todo por el todo y en el momento de la elección de su sucesor, el país enfrenta con amargura, las consecuencias de haber hipotecado a su nación con el sólo propósito de lograr su reelección. Probablemente avizoraba su futuro, pero no podía con su ego.

Sin un nuevo Flautista de Hamelin, la ausencia de música derrumba las conexiones. Viene ahora la difícil tarea de reconstruir las emociones y de hacer entender a una nación de que un modelo divisionista y basado en el reparto y no en la producción, no es sostenible.

Bajo mi óptica, lo sucedido este 14 de abril, fue lo mejor. Hubiera sido injusto que un nuevo protagonista enfrentara sin herradura, al monstruo de mil cabezas con el que tiene que lidiar Nicolas Maduro en este momento.

El derrumbe ya comenzó. Es inevitable. Venezuela siempre ha sido un país de caudillos. “Eso” que vimos hablar de pajaritos no podrá reparar los daños irreparables que causó un flautista justiciero que nos deja por mucho tiempo una sociedad parasitaria.

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