La Esmeralda
es una icónica localidad del Estado Amazonas. Está ubicada en el centro
geográfico de su gran territorio, a orillas de un Orinoco en ciernes,
teniendo como telón de fondo el
imponente Cerro Duida, que junto con el Marahuaca conforman una espectacular
meseta de tepuyes. A esta formación se le une un poco más atrás el
Huachamacare, cerro perfecto, del cual toma su nombre este blog como homenaje a
una de las aventuras más significativas de quien les escribe, probable tema de
otro artículo pues este trata de GPS. ¿O no?
El caso es
que, por razones del destino hacia marzo de 1991, descendíamos de un
helicóptero militar que nos trasladó de Caracas a La Esmeralda (unas cinco
horas de viaje). Al pisar tierra, enderezamos hacia el cielo la antena tubular
de nuestro GPS Magellan MIL, uno de los primeros receptores GPS portátiles que
trajimos a Venezuela. En aquellos momentos, la constelación de satélites era
incompleta, por lo que las mediciones sólo podían hacerse en ciertas “ventanas
de tiempo” y debíamos apurarnos a obtener las coordenadas de La Esmeralda antes
que feneciera la pequeña ventana que teníamos en el momento. Estaba yo con mi
brazo en alto, en plena faena de medición (los receptores eran, como imaginarán
muy rudimentarios y lentos) cuando veo aparecer con un aire de natural
curiosidad un indígena vestido a la
usanza yekuana, quien en aceptable español me pregunta: “Y eso, ¿para qué es?”.
“En menudo
problema me ha metido el compadre” –pensé yo- ¿Cómo hacer para explicarle a un
respetable yekuana (o yanomami, pues estábamos justo en la frontera entre dos
diferentes “naciones”), lo que hace un GPS?
“Es un
aparato para saber dónde estoy” –fue lo único que torpemente alcancé a decir.
El replique
del yekuana fue fulminante: “Y entonces, ..para qué son tus ojos?!”. La sabiduría
milenaria me dio en un instante una enorme lección de civilización.
Evidentemente a los habitantes del Alto Orinoco les basta el murmullo de la
selva, o en todo caso la presencia del imponente Duida como punto de
orientación para conocer las coordenadas de su paso en el mundo.
No obstante
la lección aprendida, unos meses después me encuentro en Monrovia, California
(USA) con Otto Leeuwen, un enorme holandés, representante de la firma Magellan
Systems quien había venido a Venezuela en 1990 como parte de los procesos que
en esa época la empresa a la que estaba asociado desarrollaba para la
comercialización de los primeros GPS en Venezuela. A Otto lo habíamos
trasladado, al día siguiente de su llegada a Caracas a un campamento militar en
la frontera con Colombia, ubicado en la carretera que une La Fría con San Juan
de Colón, en Táchira. Allí debíamos hacer una demostración del uso del GPS para
aplicaciones de cartografía militar.
Lo primero
que me recordó Otto en la tecnológica sede de Magellan, fue la precaria
habitación del hotelucho de carretera perteneciente a un simpático árabe, dónde
nos quedamos esa noche tachirense. Otto se reía recordando que el chorro de la
ducha le daba en el pecho y que, por su altura, tuvo que bañarse de cuclillas.
Todavía recuerdo claramente cuando Otto sacó de su maletín, en la Base Aerea
de la Carlota, previo al abordaje de la
avioneta que nos condujo a La Fría el primer GPS portátil que ví en mi vida.
¿”Podemos medir en este momento?”- le pregunté- Al cabo de unos diez minutos vi
aparecer en la pantalla del dispositivo las coordenadas del punto dónde nos
ubicábamos en La Carlota. Yo no lo podía creer!
En esos tiempos tempranos, el esferoide
universal WGS 84 era apenas un proyecto, por lo que debimos adivinar para
efectos de la demostración y por ensayo y error, que el Datum que se utilizaba
en los mapas venezolanos era del SAM 56 (perdonen ustedes los tecnicismos). De
igual manera, era la época de la “Selective Availability”, proceso mediante el
cual los militares norteamericanos degradaban aleatoriamente las señales
satelitales para no garantizar la precisión permanente. Habían razones de peso:
Bush padre invadía Irak y hacía escapar a Saddam Hussein de Kuwait.
Unas semanas
después de las pruebas en la frontera, me llama un oficial amigo, del ejército.
Habían descubierto una pista clandestina de garimpeiros (mineros brasileños
furtivos) cerca del nacimiento del Orinoco en la Sierra Delgado Chalbaud. La
pista había sido destruida y como demostración de efectividad ante la agresión
ecológica a la patria, habían decidido organizar una rueda de prensa en el
sitio con periodistas llevados especialmente en helicópteros al alejado paraje.
Nuestra presencia era requerida pues querían verificar con ayuda de la última
tecnología que efectivamente los brasileños habían mancillado nuestro
territorio. Le sugerimos al oficial invitar a un representante de la Dirección
de Fronteras de la Cancillería equipado con los mapas oficiales de la
zona. Luego de varias horas de viaje
desde Puerto Ayacucho, aterrizamos en Parima B, campamento militar de frontera
en pleno territorio de los yanomami, donde reabastecimos para el último tramo
de nuestro viaje al sitio de los acontecimientos.
Ya habíamos
estado en Parima B un año antes acompañando al recordado Pedro Trebaud quien
tenía la encomienda de realizar un documental fílmico sobre el Orinoco para la
Deutsche Belle (televisión alemana). Debo confesar que una de las experiencias
mas místicas y sobrecogedoras de se originó en Parima B, desde donde organizamos
una travesía fluvial por el Caño Putaco, adentrándonos en la selva verdadera,
hábitat de los auténticos yanomami. Al profundizar en el bosque con nuestra
canoa veíamos aparecer entre la maleza y precedidas por sonidos de imitación de
pájaros, las primeras caritas pintadas de niños yanomami cuya curiosidad por
nuestra presencia, les hacía desobedecer la orden de sus mayores de no
acercarse a esos “karacateri” (habitantes de Caracas, o gente blanca). Esa
noche la pasamos en un “shabono” yanomami: es la inverosímil experiencia de
descubrir, de repente, un verdadero fósil antropológico; es como retroceder
15.000 años en el tiempo y observar intactas, las costumbres, utensilios y
miserias de una comunidad selvática de la prehistoria.
Pero, no nos
desviemos. Aquí pretendemos hablar solamente de los GPS, herramienta del siglo
XXI, no de la prehistoria. Intentaré hablarles de los yanomami en otra ocasión.
Finalmente, a
unos cuarenta minutos en helicóptero de Parima B, divisamos el sitio de la
depredación: era un paraje quemado en una alta colina en medio de la nada. Los
militares habían improvisado un pequeño toldo donde todos nos reuniríamos. El
general que buscaba los laureles daría la rueda de prensa, extenderíamos los
mapas y yo haría las medidas respectivas de coordenadas, para lo cual había
traído dos GPS. Había que demostrar con tecnología el agravio al suelo patrio.
Al cabo de unos minutos ambos aparatos muestran los ansiados números que
procedimos a trasladar a las cartas oficiales que el Director de Fronteras
había traído a la zona. Delante de los periodistas, sin necesidad de ubicar el
lápiz, me dí cuenta del dramático error: estábamos adentrados por varios
kilómetros en territorio brasileño. El ejército venezolano había incursionado y
destruido instalaciones extranjeras. Las miradas de los oficiales reflejaban
claramente el mensaje. Había que soslayar la metida de pata. Al día siguiente
los periódicos reseñaron como nuestro glorioso ejército había cumplido una vez
más con su deber.
Como
consecuencia de esos acontecimientos, hice nuevos amigos en la Dirección de
Fronteras de la cancillería y unas semanas después sobrevolaba con ellos la
Sierra de Parima, frontera sur de Bolívar, apoyando el proceso conjunto de
demarcación de hitos con la comisión brasileña. Lo que antes tomaba días para
determinar la posición de un hito mediante medidas astronómicas, hoy lo
podíamos hacer en minutos. Mi tarea era mostrar las coordenadas calculadas por
el GPS para cada hito y compararlas con las teóricas calculadas en el pasado.
Venezolanos y brasileños no salían de su asombro con los milagrosos y recién
llegados gadgets.
Y es que,
¿Qué otra alternativa tecnológica existía en el momento para el cálculo de
posiciones?. Pues estaba el obsoleto Loran C un sistema norteamericano de
triangulación por radiofrecuencias que requería la instalación de enormes y
costosísimas estaciones de radio y de complicados receptores que otorgabas
precisiones no mejores a un kilómetro. Pero resulta que para la época un
siniestro personaje comercial ligado a la embajada norteamericana estaba
empeñado en venderle al gobierno de turno esta chatarra tecnológica. Era un
enorme negocio estaba en ciernes y el contrato ya listo para la firma en el
escritorio del Ministro de Transporte y Comunicaciones.
Roberto Smith
acababa de asumir la cartera del ministerio. Me lo encontré en una exposición
de tecnología que se efectuaba en La Carlota. Se me acercó y me preguntó sobre
el Loran C. Yo le expuse mi punto de vista: con la llegada del la tecnología
GPS, gratuita en su servicio satelital y con una precisión incomparable,
instalar un sistema de Loran C no tenía sentido. Yo ignoraba lo que le había
llegado a su escritorio y la verdad que no recordaba el episodio hasta que
Roberto veinte años después, me lo recordó y confesó que nuestro testimonio del
pasado había provocado la caída de una oscura gran negociación donde estaban
involucrados algunos peces gordos de la época.
“Y entonces,
¿Para qué son tus ojos?..la advertencia del indígena de La Esmeralda era
premonitoria. Veinte años después los GPS se han convertido en los segundos
ojos de nuestra civilización. A través de ellos posemos saber dónde están
nuestros vehículos y otras pertenencias, nos muestran la ubicación del cajero o
la pizzería mas cercana y forman parte del equipamiento de cualquier teléfono
inteligente, con lo que, nuestra posición puede ser vista a distancia en
cualquier momento; nos permiten encontrar direcciones y conducir, cuán ojos de
un experto y con toda seguridad en una ciudad desconocida. http://www.youtube.com/watch?v=hPL4wvN2lUU
Todos los
usamos sin tener conciencia de la enorme y compleja tecnología que este
fenomenal sistema, cuyos sus orígenes militares se remota a los años setenta,
tiene en sus entrañas. Fue sólo a finales de 1994 cuando la constelación se
satélites Navstar fue completada y el sistema comenzó a operar sin
restricciones horarias. Lo reseñado aquí pertenece a la prehistoria. Las
anécdotas de su uso en Venezuela solo comenzaban.
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