Una advertencia.
Había terminado de escribir “Si yo fuera presidente” cuando se suscitaron los acontecimientos surrealistas de los funerales de nuestro gran líder. Escribo este prolegómeno la víspera de la gran procesión final que trasladará sus explotadísimos restos hasta su morada provisional en el denominado Cuartel de la Montaña. A partir de este momento el héroe ingresa como figura central de nuestro ya superpoblado sincretismo religioso y se convierte en una de las más románticas leyendas de la historia latinoamericana, complicando nuestro futuro como nación. Me doy cuenta que de ahora en adelante cualquier intento de llevar a lo terrenal el discurso sobre nuestro futuro tendrá como escollo la presencia de un ente mitológico absolutamente conectado con la idea de venganza. Los que con él se conectan han comprado para siempre la tesis de que todos nuestros males provienen de factores ajenos a nuestro “yo”. No es nuestra cultura sino factores mas tangibles y fáciles de entender, como la mano peluda extranjera o la oligarquía depredadora, lo que explica nuestro fracaso. Ahora mas que nunca, ningún esfuerzo personal es especialmente requerido. Los héroes mitológicos se encargarán de vengarnos y otorgarnos la felicidad eterna, siempre y cuando nos pleguemos a sus designios.¿Tiene sentido, entonces la tesis minimalista contenida en “Si yo fuera presidente”? ¿Podría ser un intento pragmático de tratar de “terrenalizar” nuestra realidad?
A ustedes se les dejo estas interrogantes, justo en el momento cuando las armas que rompen nuestros cristales parecen disparar con más vehemencia.
Si yo fuera presidente..
Muy posiblemente se hayan hecho alguna vez la pregunta: ¿Qué haría yo si por un acto de ciencia ficción, amanezco mañana en el puesto de presidente de este esquizofrénico país?Supongamos, eso sí, que hemos hecho previamente una buen lobby con todos los sectores de la sociedad, incluyendo a Mario Silva, Diosdado Cabello, Marta Colomina a Maria Corina, ah! y Pedro Carreño, por lo que contaríamos con un mínimo piso político. Y que además, por extraño que parezca, tenemos ganas de meternos en este embrollo con fervor patriótico, pero por supuesto, contamos con muy poco tiempo para ganarnos un mínimo de confianza de los dos bandos salvajes en los que está divido el país.
Evidentemente, tenemos que comenzar por una medida heroica con la cual demostrar nuestra esclarecida capacidad de estadista con un plan probo para transformar esta convulsionada república hacia una dirección que complazca a todos (¿!!?) y que además responda a los más graves y urgentes retos que la opinión pública reclama y que son de todos harto conocidos: la delincuencia, la excesiva dependencia petrolera, el deterioro de los medios de producción, la educación, los malos servicios públicos. Que permita enfriar los ánimos que de bando y bando nos están conduciendo a etapas de nuestra historia que creíamos superadas.
¿Existe de verdad una receta mágica que logre encausar voluntades de todos los sectores de esta sociedad demente?
Mi respuesta es sí. Tengo tiempo reflexionando sobre ello y estoy absolutamente convencido que esa primera gran acción de gobierno sería RECOGER LA BASURA.
Así como lo oyen!: En mi primera alocución al país, como presidente, anunciaría que desde mañana mismo todos los círculos bolivarianos (por cierto: ¿existen?) tendrían el cometido de vigilarnos unos a otros de modo de no permitir que el vecino en el puesto del autobús bote el cartón de jugo que acaba de tomar, por la ventana. Que si ven por el retrovisor a un conductor lanzar una lata de cerveza hacia la calle, debemos increparlo con valentía haciéndole ver que la calle es tan suya como nuestra y que nosotros rechazamos la inmundicia. Que si alguien en la playa, osara arrojar una chapita de refresco en la arena, podría ser llevado a juicio de ipso facto. Me reuniría personalmente con todas las empresas recolectoras de residuos sólidos para que dejen la ineficiencia, so pena de darle la concesión a una empresa japonesa. Desempolvaría todas las leyes y medidas que existan en tal materia y exigiría a todos los cuerpos de seguridad del estado a vigilar el cumplimiento de esta política de interés supremo. Acompañaría todo esto con una agresiva campaña de publicidad, sustituyendo el “corazón venezolaaano” por “mueeeera la basura!”, en la que se ridiculizaría a los malos ciudadanos que osen burlar nuestra loable meta.
“Este loco duraría menos que Carmona Estanga en el poder”, pensarán ustedes.
Se equivocan. Les aseguro que terminaría reelecto hasta el 2051, y les voy a explicar por qué. Lo primero que tenemos que reconocer es que aquel filósofo adeco tenía razón: “los venezolanos no somos suizos” y que estamos destinados a gobernar a venezolanos, pero en el camino, tenemos que hacer todos los esfuerzos por transformarlos en verdaderos ciudadanos sin la ayuda de un Harry Potter.
¿Cómo vamos a pretender convertirnos en potencia latinoamericana si no hemos ni siquiera logrado impedir que nuestra gente arroje latas vacías por las ventanillas de los autos.
En 1982 apareció un libro titulado “Ventanas Rotas”, escrito por James Wilson y George Kelling, que sostiene mas o menos lo siguiente:
"Consideren un edificio con una ventana rota. Si la ventana no se repara, los vándalos tenderán a romper unas cuantas ventanas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en el edificio, y si está abandonado, es posible que sea ocupado por ellos o que prendan fuegos adentro.
O consideren una acera o banqueta. Se acumula algo de basura. Pronto, más basura se va acumulando. Eventualmente, la gente comienza a dejar bolsas de basura o a asaltar coches."
Se dice que el reconocimiento de la teoría de la Ventanas Rotas fue crucial en los logros alcanzados por Nueva York en su lucha contra la delincuencia en los años 80 y 90. De hecho, a nuestro alrededor hay ejemplos por todos lados.
Llevamos ya demasiado tiempo rompiéndonos las ventanas. Alguien debe comenzar a detener la crispación con ideas asépticas, políticamente hablando, y que puedan ser comprendidas y aceptadas por la mayoría.
¿Por qué el maracucho barrigón (no por ser maracucho ni barrigón) al instalarse con tres cajas de cervezas y una corneta de 400 vatios, y exclamar “verga que molleja e’ playa!”, deja una huella de contaminación sin que le remuerda la conciencia? ¿Por qué ese mismo maracucho, al llegar a la Florida a conocer a Mickey Mouse, anda mas derechito que un palo de escoba?
Probablemente porque ha oído que las autoridades allí son inflexibles, es cierto. Pero pienso que sobre todo porque el orden, la limpieza y el respeto de los demás lo intimidan. Es decir, en ese momento en el opera el tan trillado “Efecto Metro de Caracas” que tantos éxitos cosechó en sus inicios.
Si lográramos en unos meses ser un país mas limpio, estaríamos dando un pequeño pero firme paso hacia el dominio de la entropía. Esa entropía se refleja en la actual locura colectiva, en el caos vehicular, en el comportamiento anárquico de los motorizados, en la delincuencia desbordada y al final, en la falta de amor por nuestro entorno, lo cual se traduce en una enormemente baja de autoestima colectiva. Creemos que no somos capaces de salir de este atolladero, que los problemas son demasiado grandes y que “esto no lo arregla ni Mandrake”.
Si lográramos recoger la basura, el delincuente común comenzaría a perder su entorno natural, podríamos pensar, por ejemplo en una industria turística internacional que casi desapareció de nuestra memoria. Si logramos ese pequeño paso podríamos soñar con otros similares y alcanzables como el respeto a los demás, lo cual constituye el germen para la solución de otros como la anarquía en el tránsito, el irrespeto a las instituciones, la paternidad irresponsable.
Evidentemente no es posible transformarnos de un solo golpe, pero tenemos que comenzar a comprender que es inevitable que lo hagamos y que no resulta factible importar un millón de finlandeses que funjan por una generación, de maestros, policías y jueces. No queremos que el venezolano deje de ser alegre, que pierda su identidad, pero podemos tomar medidas mínimas para que comience a ser mas organizado, mas disciplinado, mas orgulloso de su patrimonio. No es repartiendo indiscriminadamente bolsas de comida como nos transformaremos, eso sólo nos convierte en esclavos de quien reparte. Es mas bien, exigiéndonos más, lo cual resulta altamente peligroso en una sociedad altamente paternalista y dependiente, pero medidas graduales y aparentemente inocuas como la de “recoger la basura” podrán significar un inicio en la dirección correcta.
Los vidrios rotos están en cada rincón de nuestra actual realidad. Comencemos por recogerlos. El reencuentro de todos es inevitable. ¿Pareciera sencillo, no creen?
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