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Las Piedras del General

 


Era la segunda visita de Juan Pablo II a Venezuela. Rafael Caldera sería, en ese 1996 el último presidente democrático antes del suicidio colectivo que ocurriría dos años después.

El Santuario Nacional de Nuestra Señora de Coromoto debía ser inaugurado en Guanare por el Papa polaco y muchos detalles quedaban por terminar. Fue entonces que el General X, Comandante General del Ejército, ferviente devoto y amante de las artes (era escultor), le pidió al presidente Caldera el honor de coordinar los pormenores de la visita del ilustre visitante. Entre los retos más importantes, estaba la puesta a punto de la monumental obra que contaba ya con varios años de construcción. La instalación de los vitrales del altar mayor fue uno de los detalles más importantes. Había muy poco tiempo para pensar en alguna solución importada y fue entonces cuando alguien le habló de un prestigioso artesano del vidrio que tenía su taller en Boconó (Edo Trujillo)

Hasta allí se trasladó nuestro amigo, el General. Fue durante una de las numerosas conversaciones de coordinación de las obras con el propietario del taller, cuando un humilde campesino de la zona franqueó la puerta del establecimiento con una pequeña piedra tallada en sus manos, con el propósito de venderla.

Al indagar sobre la procedencia de la rara figura trabajada en un duro guijarro verde, el labriego entra en contradicciones, hasta admitir haberla encontrado en una remota cueva ubicada en un escarpado paraje de las montañas andinas que rodean la hermosa población trujillana. Inmediatamente la historia despierta el Indiana Jones que nuestro General llevaba por dentro y una semana después, un helicóptero Bell UH del Ejército venezolano sobrevolaba el sitio del hallazgo, guiado por el asustado campesino. Extremadamente difícil resultó para el piloto encontrar en lugar para el aterrizaje en tan irregular escenario, por lo que los participantes de la expedición (entre los cuales se hallaba el propietario del taller) debieron caminar durante horas entre la espesa selva hasta avizorar la escurridiza cueva.

Yo había conocido al General unos años atrás cuando, por razones profesionales, me tocó dar clases en un prestigioso instituto militar que él dirigía. Allí establecimos una cierta amistad, alimentada por su interés por la tecnología y las artes. Él fue, sin duda uno de los últimos exponentes de la oficialidad honesta y proba que parece haber desaparecido con el surgimiento de la nueva casta de incondicionales privilegiados del nuevo régimen.

Unos años después de su baja, me lo encuentro en alguna calle de Caracas, y muy cordial, me invita a conocer las últimas piezas escultóricas de su creación. Acepto con agrado la invitación y es así cuando en su residencia, descubro, en un rincón, las enigmáticas piedras y su asombrosa historia. Inmediatamente le hago una pregunta obvia: por qué un descubrimiento tan trascendental no ha salido a la luz pública.

En este punto es válido hacer un comentario: el arte precolombino venezolano es relativamente pobre: se limita a algunas figuras de arcilla antropomorfas, como las “venus” de Tacarigua (Carabobo) y las piezas de alfarería de los Jiraharas en Lara. Lo que llama poderosamente la atención de las “las Piedras del General” es que, por primera vez, observamos tallas de más de 700 años de antigüedad (algunos especialistas mexicanos avalaron el hallazgo) totalmente esculpidas con todo detalle, en roca viva por aborígenes que sólo contaban con herramientas líticas.

Evidentemente, yo no pude ocultar mi asombro ante lo que vi esa tarde en la casa del General y me quedé con demasiadas interrogantes. Me imagino que razones impulsadas por las circunstancias políticas que vivimos han sembrado un manto de bruma sobre el prolijo descubrimiento de esas obras de nuestros antepasados (probablemente Timotocuicas).

Como se podrán imaginar, esa tarde no me quedé solo con las ganas de saber más: fue así como negocié con mi amigo la posesión de la figura humana que ahora (probablemente en forma ilegal) permanece en mi casa en forma de custodia, abrazando con sus manos un enigmático objeto. Solo espero que algún día despierte y me revele su verdadera historia, que, hasta el momento, se esconde detrás del velo que han tejido los espíritus ancestrales de nuestros auténticos antepasados.

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