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La Señora Imber


Decido tomarme una copa de vino a la salida del Trasnocho, ese resistente y estoico espacio de la cultura caraqueña. No recuerdo ninguna obra de teatro que me haya llevado por tal torbellino de emociones como la obra protagonizada por Julie Restifo que acabo de presenciar, sobre la vida de Sofía Imber. Pero más que eso, me doy cuenta que lo que recién presencié es parte de la historia de mi vida, condensada en cuadros acelerados que apenas termino de asimilar.

Mientras apuro la copa en la barra del bar del teatro, se sienta al lado un personaje conocido.  Es Chuo Torrealba (ex secretario de la MUD cuando el triunfo opositor en las elecciones legislativas del 2015). Lo acompaña una mujer joven que parece ser su pareja. Me saluda sin estar seguro de reconocerme. Le recuerdo su visita a nuestra empresa hace un par de años. La pareja pide sangría. Él le refiere a su compañera, con precisión los motivos de nuestro encuentro del pasado. El mesonero regresa con su tarjeta y le dice que fue rechazada. Sin que la muchacha lo note, pongo mi tarjeta en manos del mesonero y le hago un guiño: - yo invito, le digo. Chuo sonríe agradecido, mientras me cuenta que durante mucho tiempo odió a Sofia Imber, por las razones por la que mucha gente lo hizo durante su polémica existencia. No en balde ella misma se apodó “Sofìa la intransigente”.

Yo tendría unos ocho años cuando subí con mi madre a un bonito apartamento en la avenida Los Jabillos de La Florida una fresca mañana. Una señora joven nos hizo pasar a una pequeña terraza llena de plantas ornamentales desde donde se divisaba el Avila. Nos sirvió te con unas galletas. Era Sofìa y, por lo que acabo de comprender de la historia personificada por Julie, acababa de separarse de su primer esposo, el escritor y diplomático Guillermo Meneses, quien a raíz de ese evento sufrió un ACV. Fue un divorcio escandaloso condenado por la sociedad de la época pues Sofìa abandonó al padre de sus cuatro hijos al enamorarse de otro escritor, Carlos Rangel, quien a su vez se suicidó años después.

¿Que hacíamos mi madre y yo en ese apartamento, justo en ese momento? La verdad es que nunca lo supe. Solo recuerdo que Nora Lezama cultivó cierta amistad con su hermana, La Dra. Lya Imber, la primera mujer graduada de médico en Venezuela.

Al ingresar a la sala de teatro, lo primero que llama mi atención son dos paneles de la escenografía. Son dos obras pop art en blanco y negro con cierta inspiración cinètica. Al observarlas, un poderoso deja vù se apodera de mi mente y me aturde. Me resultan abismalmente conocidas. Por alguna razón, me remontan a uno de esos vertiginosos cuentos de Jorge Luis Borges en los que las reminiscencias juegan con tu mente. Esos cuadros forman parte de mi temprana adolescencia y mi memoria (buena para algunas cosas como el arte y la geografía y pésima para casi todo la demás) las advierte con impresionante claridad. Al final descubro que formaban parte del “set” o decorado del programa Buenos Dias, transmisión matutina de entrevistas por Venevisiòn que con todo éxito condujeron por mucho tiempo Carlos y Sofìa, hasta el suicidio del primero. Mi memoria había almacenado estos paneles, asi como una cantidad de episodios de la vida de esta extraordinaria mujer quien frecuentó a artistas e intelectuales como Picasso, Sartre, Borges, Edith Piaf y según las malas lenguas fue amante de Alejandro Otero y Victor Vasarely.

Al final de la obra, una Sofía anciana en silla de ruedas nos recuerda que “la vejez es una lucha cuerpo a cuerpo contra la despedida”. Sofía le temía a la muerte. Tanto que dicen que dormía con las luces encendidas. Termino mi copa de vino dándome cuenta que le acabo de rendir una verdadera despedida a esta mujer que admiré tanto por su revolucionaria visión de una Venezuela que extrañamos y que pudo ser posible.

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