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La siembra de la cizaña




La división es un instrumento de guerra y la dictadura venezolana, absolutamente ineficiente en el manejo doméstico, ha resultado brillante en su propósito de atomizar a las fuerzas opositoras.

Pero para ello cuenta con un cómplice inaudito que probablemente tiene que ver con nuestra idiosincrasia caribeña: la incapacidad de la mayoría de nuestros lentes de ver la vida en tonos de grises. Es así como, de la noche a la mañana, grandes héroes políticos, que hasta hace poco levantaban lágrimas de emoción por su arrojo ante las perversidades del régimen, se convierten en villanos despreciables, ratas peludas vendidas por cuatro lochas a la narcodictaduracastrocomunista, traicionando el arrojo de todo un pueblo que alguna vez creyó en ellos.

Los estrategas del régimen conocen bien esta debilidad cultural y la explotan al máximo mediante la siembra de la cizaña, un arma extraordinaria por su excelente relación costo – beneficio.

¿Es esta realmente una característica cultural o es una anomalía que se inculca como una vacuna?

Yo estoy convencido de lo primero y creo que, como siempre, tiene que ver con nuestro modelo del mundo. La capacidad de un individuo de analizar y comprender los procesos humanos con la mayor dosis posible de objetividad, no es una competencia innata. De homínidos salvajes avasallados constantemente por los peligros y el pensamiento mágico, hemos pasado en menos de 10.000 años a individuos capaces de manejar conceptos abstractos como la ciencia, que requiere de un razonamiento sistemático, es decir de analizar y considerar todos los tonos de grises que la vida presenta ante nuestros ojos.

Pero los villanos inteligentes explotan las pasiones primitivas. Es así como un Donald Trump, por ejemplo, apelando al egoísmo innato y primitivo, es capaz de dividir a una sociedad como la norteamericana como nunca antes después de la guerra de secesión.

En Venezuela un porcentaje importante de la población no parece ser capaz de comprender las estratagemas a todas luces ilegales y macabras que he empleado el régimen ante una oposición desarmada y que, con obvias excepciones, ha estado conformada por individuos que han arriesgado mucho de sus vidas personales en aras de buscar salidas a la tragedia que vivimos. La mayor parte de los diputados a la Asamblea Nacional elegida en 2015, son jóvenes valientes que como seres humanos también cometen errores, como los han cometido Capriles, Borges o Leopoldo López, pero a quien nadie puede cuestionar su arrojo y sacrificio personal en la búsqueda de rutas de salida.

“Son unos vendidos”, “enfriaron la calle”, “salieron como ratas de Venezuela”, son a menudo expresiones que oímos proferir a los que solo son capaces de ver al mundo en blanco o negro y que desde la comodidad de su teléfonos inteligentes llaman al derramamiento de sangre de aquellos “cobardes que nada hacen” (siempre y cuando esa sangre no sea la propia o la de sus seres cercanos).

Yo estoy convencido que la solución de la tragedia venezolana tiene que pasar primero por un proceso de reflexión sobre el papel de cada uno de nosotros en la cosecha de esa hierba que en los pasajes bíblicos, por su parecido con el trigo, fue sembrada por el diablo para confundir al prójimo: la espinosa cizaña.

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