Es sorprendente encontrar todavía espacios para el espectáculo no político en una ciudad agobiada por el secuestro totalitario, como lo es la Caracas de principios de 2018. Este sábado, Sofía y yo fuimos al teatro a ver “Terror”, una espeluznante obra interactiva, que está teniendo una enorme resonancia a nivel mundial. “Terror” nos plantea el complejo dilema ético de determinar la culpabilidad de un piloto alemán que en el año 2006 y contraviniendo órdenes superiores, decide derribar un avión de Lufthansa con 164 pasajeros a bordo, que había sido secuestrado por terroristas musulmanes. El avión se estrellaría deliberadamente contra un estadio en Munich con 70.000 espectadores. Más allá de los aspectos meramente jurídicos (el autor de la obra no es un dramaturgo, sino un renombrado abogado alemán) la temática del espectáculo propone a los espectadores como miembros del jurado, quienes se obligan a un agobiante ejercicio con sus conciencias ante los brillantes argumentos de las partes querellante y defensora en un vaivén de emociones donde la balanza de la justicia se bambolea como un subibaja.
Sofía y yo terminamos encontrados en nuestro dictamen, lo
cual reflejó perfectamente la votación general de la sala, con 157 votos a
favor del acusado en contra de 153 espectadores que lo consideraron culpable,
incluyendo mi hija.
Al salir de la vanguardista sala del Centro Cultural Chacao,
nos topamos en los pasillos con un caballero de pelo blanco, entrado en la
ancianidad a quien reconocí inmediatamente. Quizás guiado por las emociones que
florecían en nuestra piel a causa del drama que acabábamos de presenciar, me
atreví a abordarlo, lo agarre por un brazo y le dije a mi hija: “Sofia, este
caballero es el doctor Eduardo Fernández, quien muy probablemente hubiera sido
presidente de este país si no hubiera sido porque, siguiendo el dictamen de su
conciencia, como en el ejercicio que acabamos de hacer, sepultó sus intereses
personales a favor de lo que era justo aunque impopular, en uno de los
capítulos más dramáticos de nuestra historia contemporánea”
Eduardo Fernández fue el principal adversario político de
Carlos Andrés Pérez. Como el mismo asegura, en 1988 recorrió todo el país con
el seudónimo de “El Tigre”, tratando de convencer a los votantes de que no
eligieran a Pérez como presidente. Fernández perdió las elecciones. Al año
siguiente, Pérez tuvo que enfrentar el infortunado “Caracazo” y tres años más
tarde, la rebelión militar del teniente coronel de Sabaneta.
Mi amigo, el entonces Coronel Rommel Fuenmayor era uno de
los edecanes principales de Carlos Andrés en el momento del ataque al palacio.
Recuerdo haber almorzado con él en un restaurant adyacente a la catedral de
Caracas, propiedad de la actriz Pierina España, quien nos atendió
personalmente. Yo quería oír de primera mano, la verdad de lo que ocurrió esa
fatídica noche del 4F. Fuenmayor me narró el escape de Carlos Andrés por “un
túnel del palacio” mientras los golpistas irrumpían. A él le toco ayudarlo a
abordar un viejo automóvil que pasó desapercibido ante el cerco militar, para
enrumbarse raudo por la avenida Baralt hacia la Cota Mil. De allí, CAP se
comunicó con Gustavo Cisneros para que lo recibiera con urgencia en
Venevisión.
Eduardo Fernández, como líder de la oposición, fue informado
hacia medianoche de los acontecimientos en Miraflores y en un principio,
siguiendo recomendaciones, intentó “enconcharse preventivamente”. Entretanto,
Carlos Andrès, ya rallando la madrugada y sin tener la mínima idea de la
magnitud de la intentona, pronuncia un discurso televisado desde la sede de
Venevision, donde asegura especulativamente que la sedición había
sido dominada, en un intento de intimidación hacia los alzados que a la postre
funcionó.
Es en ese momento cuando Eduardo Fernández decide
presentarse en el canal en la madrugada para condenar enérgicamente a los
golpistas y darle un espaldarazo público a su archirrival en un discurso que
cambiaría para siempre su futuro político.
Evidentemente nunca se sabrá a ciencia cierta si esta
decisión de “El Tigre” fue un error de cálculo político o una expresión genuina
de conciencia democrática. El hecho concreto es que, barrida por la tormenta
populista que posteriormente se gestaría en torno a la figura de Chavez, la
opinión pública en general, crucificó su actitud de apoyo a un presidente
impopular esa madrugada del 5 de febrero de 1992 y frustró su carrera hacia una
presidencia que hubiera cambiado totalmente el curso de la historia.
“Yo solamente cumplí con mi conciencia, con mi deber como
demócrata…” , nos dijo Fernández mirando fijamente a Sofia con una mirada
triste, al despedirnos después de rememorar la historia.
“El Tigre” es un hombre culto, ponderado y de enormes
convicciones democráticas. Aunque su discurso siempre me resultó un tanto
artificial y edulcorado, yo sí creo que, como el piloto alemán, en el momento
de su discurso en Venevision, él trató de derribar un avión que intuyó, iba
hacia el objetivo impensable de destruir, no un estadio, sino los cimientos de
una sociedad entera. El disparo de Fernández no fue certero y Venezuela terminó
transformándose en un pueblo miserable y dependiente de las migajas de un
terrorista que en 1992 supo secuestrar a todo un país que fue envidia en otras épocas, de Suramerica entera.
UA-51345692-1
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