Confieso pertenecer al minúsculo grupo de ingenuos que cree firmemente que Hugo Chavez nos metió en este berenjenal inspirado en auténticas ideas de redención social. Pero que su utopía fue producto de un muy limitado modelo del universo que se convirtió en un pasticho político de corte extremista, cocinado hábilmente por los ancianos clérigos cubanos. Es decir, me niego a pensar que era un “bicho malo” nacido de los infiernos para convertirse en villano de comiquita y destruir el planeta para alimentar su gran ego.
Lo que si es cierto es que de no nacer Hugo Chavez, probablemente otros serían los atolladeros, pero nunca una carrera tan alucinantemente absurda como la que está conduciendo el chofer de autobús que dejó a cargo del coroto cuando el destino le torció los planes.
Ese nuevo chofer, ungido de una enorme torpeza, no tiene la menor idea de adonde va y lo que es peor, parece que va con todas las ventanas tapadas, incluyendo el parabrisas.
Y en su errático derrotero va dejando muchos muertos. Son sus mismos camaradas asesinados en las calles por la delincuencia sin control. Son viejitos y niños que no encuentran medicinas ni hospitales dignos y mueren. Son infantes malnutridos por falta de leche. Son familias enteras que por primera vez en mucho tiempo pasan hambre pues no consiguen o no pueden cubrir la ingesta mínima de alimentos. Pero también son haciendas yermas, son parques industriales en quiebra, son miles de comercios llenos de telarañas. Son familias separadas por temas de conciencia y por la impostergable emigración. Es un país entero que se va paralizando para hundirse estrepitosamente en una conmoción que el chofer no logra avisorar.
Lo curioso es que en su loca carrera hacia Nunca Jamás, muchos camaradas desde afuera del autobús le dan golpes a la carrocería y le gritan que debe cambiar de rumbo. Pero nuestro chofer sigue. De vez en cuando se le oye hablar pero dice las mismas incoherencias que pocos partidarios escuchan con hastío y con una mueca burlona.
Porque le han perdido el respeto. El chofer dice mentiras, y son tantas que a él mismo se le olvida que las ha dicho antes y las repite. Es como un niñito malcriado y tramposo que irrumpe en rabietas ante el bochorno de su pueblo y del planeta que observa con estupor el insólito espectáculo.
El país entero se debate entre detener el autobús o dejarlo chocar.
Pienso que ya es lo mismo.
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