El azar de los tiempos hizo que no abriera el recién
comprado libro de Fernando Martínez Mottola (La Mala Racha) antes de terminar
una pequeña gran obra de John Steinbeck: Of Mice and Men. Realmente este último
texto se lo habían entregado como tarea de lectura escolar a Sofía, por lo que
en cierto momento apareció en mi escritorio. Bastó leer las primeras líneas
para saber que era el tipo de obra que me atraparía hasta el final.
La novela de John Steinbeck tiene el sabor de un melocotón
fresco y maduro: se come con tal gusto que uno no desea que se acabe y al final
uno queda con ganas de seguir saboreando las frescas mieles de su narrativa.
Steinbeck ubica su obra literaria en la primera mitad del
siglo XX. Of Mice and Men cuenta la sencilla historia de dos jornaleros en la
campiña californiana durante la Gran Depresión de los años 30. Lo que sucede es
que, a pesar de su llano pero original argumento, es como una de esas obras de
Picasso dónde unas simples pinceladas son plasmadas en el lienzo de tal forma,
que transmiten una emoción inexplicable que sólo se produce cuando está
presente ese enorme misterio que es el fenómeno artístico. Yo pienso que la
proeza de Steinbeck en su obra es, precisamente, la de transformar un cúmulo de
dificultades humanas en arte, pero con una enorme dosis de humildad.
Estuve hace poco en el concurrido bautizo de La Mala Racha,
la ópera prima (?) de mi amigo Fernando Martinez, cuya presentación estuvo a cargo
de un personaje que dejó una fugaz pero profunda huella en mi formación
universitaria: Joaquín Marta Sosa. A decir verdad, decidí ir al evento para
acompañar a mi amigo, pero sin muchas expectativas, pues al fin y al cabo,
¿Desde cuándo es Fernando escritor, cuando siempre le he conocido como un
técnico multifacético, más bien prestado a la política?
Sin embargo debo confesar que con La Mala Racha me ocurrió
algo similar que con la novela de Steinbeck. Es uno de esos pocos libros que
genera adicción desde el primer capítulo. Claro, para ser justos, La Mala Racha
viene con un venenito entre sus hojas: la de generar una profunda e inmediata
identificación con cualquier venezolano de hoy y eso, Fernando, resulta un
elemento un tanto pérfido por decirlo de alguna manera, sobre todo en momentos
de tanto dramatismo para nuestra historia.
Ahora bien, apartando ese golpe bajo, yo opino que la novela
de Fernando es de una narrativa magistral, pues aunque probablemente no
contiene las pinceladas artísticas que utilizó Steinbeck, logra plasmar en el
lector un creciente interés que no pocas veces se transforma en suspenso, sin
perder la elegancia de una escritura bien estructurada. Y la verdad es que es esa
una característica que cualquier lector del montón, como el que escribe,
aprecia en un buen texto. Pues aunque la literatura siempre es emocionante para
quien escribe, debe ser sobre todo, diversión y placer para quien lee.
En síntesis, debo decir que gracias a Martinez Mottola y a
Steinbeck he logrado experimentar durante algunos días, el gozo de libros bien distintos
pero que tienen en común la placidez y el regocijo como fenómeno sensorial.
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