Entre ese bello laberinto de callejuelas romanas, cercano a la famosa Piazza Navona y al milenario Pantheon, se encuentra el Campo dei Fiori. Todo alrededor es alegría: i gelati pululan con sus aromas y colores, los turistas abarrotan con su curiosidad por la Cittá Eterna las callecitas medievales que conducen al barrio del Trastévere, donde reina el dios Baco; o la vecina Piazza di San Pietro al otro lado del rio, donde la admiración por el arte renacentista supera el entusiasmo de los peregrinos del espíritu. Es una genuina expresión del triunfo de la cultura occidental: una civilización centrada para siempre en el hombre y su bienestar. Pero no siempre fue así. Entre los numerosos ventorrillos de flores, verduras y otras suculencias romanas que diariamente se instalan en Campo dei Fiori se destaca la lúgubre figura de piedra de un monje. Y es que en ese mismo lugar, un día de noviembre de 1600, fue quemado vivo por la Santa Inquisición en una enorme pira de leña, Giord...
Impresiones de un madrigal