Debo confesar que he estado engañado durante mucho tiempo, pero suele suceder; a veces el bosque no nos permite ver los árboles.
Y es que pasaba yo frente a un pequeño automercado en El Marques cuando, por no dejar, decidí detenerme a averiguar sin muchas esperanzas, si había harina de trigo pues Augusto, que ahora se las echa de chef, constantemente me reclama que hace semanas que no puede hacer ninguno de los exóticos y no siempre exitosos ensayos gastronómicos a que nos tiene acostumbrados en el área de postres.
Esperaba la acostumbrada mueca que los comerciantes suelen hacer cansados de escuchar las mismas preguntas que normalmente van acompañadas de respuestas negativas. Pero para mi sorpresa, en uno de los pasillos había un enorme bulto de paquetes de harina de trigo de una dudosa marca, pero harina al fin! Era un inesperado hallazgo, pues ya había visitado no menos de diez establecimientos con el mismo fin.
Como todo comprador experimentado de estos tiempos de revolución, agarré firmemente los tres paquetes permitidos y como si llevara la espada oro de Bolívar en mis brazos me dirigí a la caja vigilando a los contendores a mi alrededor, pues por experiencia sé que en un momento de descuido (me encuentro entre el estrato de población que no usa guardaespaldas) los paquetes pueden desaparecer, sobre todo cuando el bulto del pasillo comienza a mermar, cosa que puede suceder en cuestión de minutos.
Llegué a mi carro con el preciado cargamento y al intentar retroceder pude observar en el espejo retrovisor una gran sonrisa. En ese momento lo comprendí todo…
Nunca había entendido porque esos dudosos estudios internacionales con frecuencia nos colocan entre los pueblos mas felices del planeta, pero al ver mi gran sonrisa reflejada en el espejo me dí cuenta que ningún suizo, polaco o australiano sonreiría por haber comprado harina. Esta es una potestad exclusiva de los venezolanos. Mi corazón entró en congoja al darme cuenta, por primera vez que ningún canadiense (óigase bien, ninguno) experimentaría ningún gozo al haber salido de un supermercado con azúcar o mantequilla. Para esos pobres seres, esa es una actividad excesivamente pueril que no provoca el más mínimo placer.
En cambio nosotros tenemos razones para ser felices con enorme frecuencia gracias a la revolución bonita. ¿O tu me vas a negar que después de llenar las veinte carpetas de Cadivi para lograr los dólares de viajero y hacer las colas en el banco, no sales con una orgásmica sonrisa de solo pensar que tienes en tus manos un mayor poder adquisitivo que el de los pobres gringos?
Gracias a la revolución que ha eliminado la mayor parte de las empresas de producción privada, ahora tenemos, por ejemplo, el placer de limpiarnos el c… con papel tualé importado, de enorme suavidad. Claro!, la extrema derecha fascista insiste que es un plan para acabar con la producción nacional y no se da cuenta que todo obedece a una bien estructurada estrategia para que seamos felices hasta por detrás!
Hasta el turismo nacional y el ejercicio ha sido estimulado por esta cuidadosa y bien planificada revolución. El otro día, estando en los alrededores de la Plaza Francia un par de señoras que salían del metro con cara de haber llegado al Planeta Mongo, (se veía a leguas que no eran de la zona) me preguntan: “Mijo, ¿sabe donde queda el Automercado El Patio?”. –Señora, respondí, eso queda como a diez cuadras hacia el norte y cinco hacia el este, es bastante lejos. Se vieron una a la otra, hasta que la última preguntó: “Y…usted sabrá si allí hay arroz?”. Estoy seguro que ante mi negativa, las regordetas misias se empujaron hasta El Patio, disfrutando del ejercicio mañanero y de la vista de nuestro Avila, cosa que no hubieran hecho en otro país por un kilo de arroz.
Nuestras redes sociales, a diferencia de lo que sucede en otros países menos divertidos, están llenas de mensajes como “Chifón en Plazas de Manzanares, corran!” o “Hay Mazeite en CM de Guatire, dos por persona".
Hordas de turistas provenientes del interior, ahora llegan a Caracas con sus maletas vacías y después de divertidos tours por los mercados de la ciudad, guiados por experimentados guías que van relatando lo que es posible encontrar en cada establecimiento, regresan felices a sus pueblos de origen, con sus equipajes llenos de kilos de azúcar, harina pan y una que otra cavita con carne congelada.
No, pana! Tu me vas a perdonar, pero si todavía no has comprendido que toda esta felicidad es producto de nuestra preclara revolución, está definitivamente meando fuera del perol.
¡Gloria a nuestro Líder Eterno!
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