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Apure, precursor de Macondo


Creo que nunca acepté nuestra mudanza familiar desde Caracas a San Fernando de Apure en el año 1963. Todavía atesoro un grueso libro de cuentos que mis compañeritos de tercer grado del  desaparecido “Colegio América” de San Bernardino me regalaron el dia de mi despedida de la capital. Curiosamente, todos firman con estilográfica, muestra que el bolígrafo no era un instrumento de uso común en esa época; de hecho recuerdo que los verdes pupitres del salón tenían huecos para la colocación de tinteros. Eran pupitres dobles y mi compañerita de mueble era zurda. Me deleitaba la manera como escribía, doblando graciosamente su mano hacia abajo, posición que yo intentaba copiar hasta que conformó mi manera habitual de escribir, por lo que muchos aún me confunden con un zurdo. Yo caminaba todos los días solito desde mi casa al Colegio América con un pesado bulto que se asemejaba mas bien a un maletín de médico de cabecera.

San Bernardino era un elegante y bucólico barrio. Una carreta de tracción de sangre con asientos para niños pasaba todas las tardes frente a mi casa con su cansado caballo marrón. Mis vecinitos paseaban alrededor de la urbanización amparados por el desparpajo de una Caracas que apenas pasaba por la pubertad hacia la metrópoli en que se convirtió hacia los setenta. El aire fresco bajaba del Avila impregnando el ambiente de un ocre olor vegetal que yo disfrutaba desde la copa de mi árbol favorito al cual subía para reflexionar sobre mi pequeño mundo, mientras desprendía los ovarios de una flor rosada los cuales coleccionaba como canicas. Arriba en mi árbol me sentía poderoso y esperaba la llegada de mis vecinos para jugar Monopolio mientras la programación de la televisión abría su señal hacia las cuatro de la tarde, para introducirnos en las aventuras del Llanero Solitario y su incondicional indio Toro.  Nuestras travesuras nos llevaban hasta el abandonado edificio del la Shell, hoy Comandancia General de la Armada, en cuyo terreno crecían unas espigas doradas que llevaba como regalo a mi madre, gran aficionada de la floristería. El otro extremo de mi límite, hacia la avenida Vollmer, era el famoso restaurant Anatole donde dicen que era asiduo el legendario “Doctor” Gonzalo Barrios.

El cambio hacia Apure fue brutal. Sentí como si de repente una extraña máquina del tiempo me hubiera trasladado a un anacrónico poblado africano. Y no es que el colegio que abandonaba fuera un instituto suizo, sino que en el  Grupo Escolar “Vuelvan Caras” de San Fernando las papeleras eran latas sin pintar de manteca “Los Tres Cochinitos” y mis compañeros se burlaban de mi apodándome “frasco e leche” por mi supuesta blancura. Recuerdo que en una clase de geografía estudiábamos América del Norte. Un compañerito le preguntó a la maestra que significaba la leyenda “United States of América” que el capítulo Estados Unidos tenía como subtítulo. Como la maestra no supo responder (belive it or not), yo levanté la mano para decir que eso era “yunai esteits of América”, es decir el nombre en inglés de Estados Unidos. La reacción de la maestra fue una brutal carcajada a la cual se unió el resto de la clase.
Era la época de los primeros viajes espaciales que la misma docente ponía en dudas, porque “como iban esos cohetes a atravesar las capas de la atmósfera..!”

Ese mismo año yo decidí que debía hacer un esfuerzo para no dejarme tragar por el “tremedal” que con tanta maestría describe el maestro Gallegos en “Doña Bárbara” a propósito de Apure. Fue así como pocos años después, apenas entrando en la adolescencia, yo ya vivía solito de regreso en Caracas, intentando cursar un bachillerato que me permitiera ingresar en la universidad con dignidad.

San Fernando era sin duda un pueblo aislado, donde la telefonía “pública” era servida por una antigua central telefónica inglesa, propiedad de la familia Le Maitre, si mi memoria no falla. El establecimiento comercial de mis padres tenía el número telefónico 222, lo cual indicaba probablemente que en ese momento no habría mas de 1000 abonados. No había telefonía convencional con el resto del planeta (como tampoco había señal alguna de televisión). No obstante, funcionaba una famosa “Estación de Radio” donde los ingenuos pobladores que querían comunicarse con Caracas, acudían a ciertas horas del dia para intentar acceder a algún número telefónico de esa ciudad mediante un enlace HF, técnica ya en desuso,  de ruidosa comunicación cuya fidelidad dependía entre otras cosas, de los caprichos del Sol a su paso por el firmamento. Yo siempre recuerdo a un empleado de la estación vestido de caqui  que cuando las ondas herzianas permitían establecer comunicación con el operador de la capital, salía a la calle a anunciar desaforado: “salió Caracas, salió Caracas!!”, como si la capital fura un bicho escapado del zoológico.
El cuento es que, al ser tanta la potencia que dichos radiotransmisores necesitaban para alcanzar su destino, cualquier comunicación, por privada que fuera era captada por los radiecitos japoneses que constituían en ese momento el último grito de la tecnología.
Era común, entonces que tu salieras de la Estación de Radio sin haber entendido un carajo de la conversación que acababas de intentar con tu tía de Caracas, pero que inmediatamente un amigo te llamara para aclararte por ejemplo que la señora lo que había querido decir era que su loro se había muerto. Recuerdo con claridad un descubrimiento realizado por una de nuestras mas chismosas vecinas en relación a la vida íntima de la solterona de la esquina al descifrar su conversación con un antiguo novio gracias a su recién adquirido radio de transistores “National” que permitía filtrar el ruido de la estática.

El año de mi llegada a Apure fue año de las elecciones presidenciales dónde resultó triunfador Raúl Leoni, aunque yo era simpatizante de Arturo Uslar Pietri, quien con acólitos de su partido de La Campana pasó una vez frente a mi casa en una escuálida caravana. Los mítines políticos de la época eran verdaderas verbenas, con música, rifas y licor; donde los llaneros mataban el hastío de un pueblo dominado por el calor, el polvo y las plagas. En una de esas ferias yo me gané el único premio que el azar me ha devengado en mi vida: un “simpático” pichón de burro de algunas semanas de nacido, adornado con un triste lazo amarillo. Podrán ustedes imaginar el espectáculo de tratar de montar al mostrenco en el asiento trasero del carro familiar para después salir en la búsqueda de alguna burra que en las afueras del pueblo quisiera adoptar al cuadrúpedo premio. Y es que San Fernando era una real adelanto de lo que años mas tarde la creatividad de Garcia Marquez concibiera con el nombre Macondo. Una mañana de invierno amanecieron montañas de diminutos escarabajos debajo de cada poste de luz. Los desafortunados conductores que dejaron sus automóviles cerca de estas luminarias pasaron ese dia horas para retirar las enormes hordas de bichos muertos de los motores de sus vehículos. En otra ocasión, algún desbarajuste ecológico produjo la irrupción de millones de sapitos en las calles del pueblo. Recuerdo con claridad el sonido de los neumáticos de los carros haciendo puré de batracios a su paso por las infectadas vías.

 En cierta ocasión, a fin de compensar mi frustración  con el nivel educativo del Grupo “Vuelvan Caras”, mi madre contrató a un extraño personaje iraní para que me introdujera las primeras nociones de inglés, aunque pronto descubrí que lo que el personaje realmente hablaba, además de farsi, era francés.

Pero ahora, en perspectiva, yo creo que fue mi profesor de biología de segundo año, en el Liceo Lazo Martí el que finalmente impulsó mi convicción de que no era San Fernando de Apure el ambiente que signaría mi futuro: el muy degenerado, los martes en las tardes, durante el lapso dedicado a laboratorio, se escapaba desvergonzadamente ante las narices de todos sus alumnos con la mas “desarrolladita” de nuestras compañeras, dejando al resto de la clase disecando algún sapo.  Aún dentro de mi inocencia, podía adivinar su torcida actitud. Fue en ese momento que decidí rebelarme definitivamente de la decisión familiar de hacer de la capital llanera mi hogar.

Seguiría siendo el de mis padres por algún tiempo….


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