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No quiero ir al cielo

En primer lugar, no me creo merecedor a ese privilegio reservado a los mortales que han confesado sus pecados y se han arrepentido de ellos. Yo, definitivamente, estoy muy conforme con los míos y pienso llevarlos como recuerdos en mi última mochila. Además, si mal no recuerdo, no he pisado una iglesia con fines espirituales desde mi bautizo, promovido por mi abuela Abigail quien insistió en que debía ser librado del pecado original, el cual conservo, pues sospecho que el agua bendita que uso el cura era en realidad agua del grifo.  Sinembargo, las razones para negarme a ir a ese lugar tienen que ver con una serie de dudas que nadie me ha sabido explicar, ni siquiera el padre Felipe, gran devoto y amigo mío.  Por ejemplo: al llegar al cielo, ¿llegaré en las mismas condiciones en las que fallecí? Me refiero, con la misma edad y las mismas dolencias? Si es así, no me interesa. A quien le podría interesar disfrutar de una vida eterna todo tullido y mascando el agua? Y sin imaginar...

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