El Reino Anaranjado
El orangutan anaranjado finalmente coronó su máximo sueño: la cancilleria de un reino que hasta ese momento, había sido la envidia del planeta, no sólo por su régimen de libertades y por la transparencia de sus instituciones, sino por su enorme desarrollo económico y tecnológico.
Pero su megalomania lo impulso a encumbrarse en el poder con una distopia inexistente pero fácil de vender: estamos mal por culpa de los IIs que violan nuestras fronteras, envenenan nuestra sangre pura, violan a nuestras mujeres y arrebatan nuestros puestos de trabajo.
Además, los otros reinos, aunque inferiores y despreciables, se aprovechan de nuestra superioridad para vendernos mucho y comprarnos poco. Son unos chulos en todo el sentido de la palabra, que nos exprimen Debemos castigarlos demostrándole nuestro innegable poder. Nosotros somos, sin duda alguna, el pueblo superior, elegido por Dios para dominar al resto del planeta, por las buenas o por las malas.
El orangután anaranjado amaba el color dorado, símbolo de su megalomania. De hecho, lo primero que hizo al ocupar el palacio de gobierno, fue llenarlo de cursis y estridentes objetos dorados para que los visitantes extranjeros se inclinaran ante su majestuosidad y poderio, emulando los grandes emperadores de antaño.
Mucha gente en el reino del orangután anaranjado se emocionó con la idea de que, por fin, se libraría de la escoria que estaba acabando con su raza. La policía anaranjada del orangután comenzó a pintar estrellas amarillas en las casas de los IIs para exponerlos al escarmiento público. Toda literatura que tuviera que ver con la cultura IIs fue quemada en grandes piras de las plazas públicas y las escuelas y universidades que albergaban a IIs en sus senos, o que de alguna manera eran tolerantes con su cultura, fueron amenazadas y su financiamiento suspendido.
Con el tiempo, la policia anaranjada comenzó a alentar el boicot a los establecimientos comerciales regidos por IIs y el miedo comenzó a cundir en la comunidad que temia ser linchada por los partidarios del orangután.
Se comenzaron a construir campos de concentración para alojar a los IIs más despreciables. En los pantanos infectados de cocodrilos se construyeron barracas en las que los IIs "sólo podrían escapar si corrían más rápido que las víboras y caimanes" según las propias palabras del encumbrado orangután. Además, un dictador bananero ofreció su experiencia tropical para prestar "servicios de alojamiento" para IIs fuera de las fronteras del Reino anaranjado y muchos inocentes fueron depositados allí sin que nadie pudiera hacer nada.
Con en tiempo, muchos súbditos del orangután, avergonzados y escandalizado por sus políticas, comenzaron a ser intimidados. La otrora prensa libre comenzó a ser amenazada y estrangulada económicamente.
Muchos intelectuales, científicos y artistas huyeron del reino naranja, engrosando con su creatividad las economías de los países libres. El odio mundial por el reino anaranjado crecía a niveles impensables.
El reino anaranjado se había convertido en un problema planetario. Nadie podría explicar cómo una nación que alguna vez fue estandarte de la libertad, la democracia y la justicia, de repente se había convertido el hazmereir de todos, quienes veían en el orangután a un payaso incongruente que representaba todo lo contrario a los valores que ese planeta había logrado conquistar a lo largo de su largo proceso civilzatorio.
Hasta que, en un viaje Groenlandia, para reclamar su soberania, una fuerte y helada tormenta le voló al payaso su peluquin anaranjado quedando desnudo ante todos. Murió poco tiempo después de la rabia, luego de haber asesinado a su peluquero.
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