Cerro Ancón




En Diciembre de 1964 un grupo de estudiantes universitarios perdieron la vida cuando se enfrentaron a las autoridades norteamericanas que controlaban el enclave colonial de Estados Unidos en el Canal de Panamá. Ellos intentaban colocar banderas panameñas en señal de rebeldía en esa franja de tierra ubicada a ambos márgenes del canal interoceánico que absurdamente dividía este país centroamericano en dos pociones y que fue cedida a perpetuidad al gigante del norte mediante el tratado de Hey Bunau Varilla de 1903.

Hoy día, la bandera panameña ondea oronda en la cúspide del Cerro Ancón, una elevación de doscientos metros desde dónde se domina el tramo final del canal, el casco antiguo de la ciudad y el espectacular desarrollo de rascacielos que caracteriza la nueva imagen de este peculiar país. Un conjunto de residencias al estilo arquitectónico gringo de los años cuarenta, dan cuenta de que esta colina era el hogar de la high life norteamericana, por lo que constituía uno de los íconos a tomar por los estudiantes rebeldes que ahora son conocidos como “Los Martires”, y en conmemoración a los cuales se ha declarado el 9 de enero como fiesta patria.

Su sacrificio no fue en vano. En 1977 se celebra el tratado Torrijos Carter mediante el cual, Jimmy Carter a nombre del pueblo norteamericano decide revertir un anacronismo histórico incompatible con los cacareados valores de libertad y democracia de los EEUU. Pero es hasta diciembre de 1999 cuando el pueblo panameño toma el control de su canal, no sin antes haber experimentado, en 1989 una criticada invasión norteamericana para deponer al hombre fuerte de Panamá, el oscuro general Noriega, antiguo colaborador de la CIA, quien es curiosamente vencido por los estruendos de la música rock (los norteamericanos sabiendo de su aversión por este género musical lo acosan con altoparlantes a todo volumen para que abandone su escondite en la Nunciatura Apostólica). Noriega, acusado de narcotráfico,es trasladado a EEUU.

A partir de la recuperación total del Canal de Panamá, el país inicia un peculiar despegue económico. Entre 2003 y 2009 el PIB se duplica, el país es objeto de inversiones inauditas que transforman su infraestructura. Para el año 2016, el ingreso per cápita se acerca a los 20.000 dólares (cercano al ingreso de las naciones desarrolladas). La pobreza también disminuye, aunque no con la misma velocidad. En 2015 Panamá recibe 20 millones de turistas, cifra asombrosa para un territorio con modestos atractivos.

Asomarse al Panamá actual es una curiosa experiencia. Quien vaya en busca de la idiosincrasia panameña le costará mucho entenderla. La influencia gringa es abrumadora, pero también ese enorme crisol trashumante de árabes, chinos, hindúes y recientemente venezolanos quienes han traído consigo su ecosistema cultural, incluyendo costumbres y franquicias gastronómicas, empresas de servicio y capital para contribuir a la proliferación y crecimiento del puntiagudo horizonte de la otrora modesta ciudad.

Los estudiantes que intentaron ondear la bandera de los cuatro rectángulos en el Cerro Ancón, parecen haber tenido todo la razón del mundo.

No obstante el actual Panamá asombra por su explosivo y enigmático desarrollo  y su falta de identidad.


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