Small is Beautiful?



Recientemente la prensa mundial reseñó la crónica de una dama holandesa que en su estado terminal, pidió ser trasladada en su camilla de hospital hasta el primer piso del Reijmuseum de Amsterdam. Obedeciendo a su última voluntad, la camilla fue situada delante del enorme lienzo de Rembrandt llamado Nachtwatch (Ronda Nocturna en español). Frente a esta descomunal obra la mujer se reconcilió con su espíritu para su encuentro con el más allá.

Rembrandt y Nachtwatch representan sin duda alguna los máximos valores de la cultura holandesa. En la Plaza Rembrandt, para mí la más vernácula de Amsterdam, existe al pie de la estatua del gran artista flamenco, un conjunto escultórico en bronce que representa magistralmente en forma tridimensional a todos los personajes de Nachwatch. Miles de turistas de todo el orbe se retratan risueños entre las estatuas, probablemente inconscientes en su mayoría, de su enorme dimensión icónica.

Unos veinte años antes de que Rembrandt pintara por encargo esta obra, en la embrionaria Venezuela colonial, los españoles trataban de sacar por la fuerza a los navegantes holandeses que habían ocupado la Península de Araya para usufructuar su valiosa Sal. A raíz de estos sucesos, el reino español decidió la construcción, en 1623 de la Fortaleza de Santiago de Arroyo de Araya, cuyas ruinas conocemos hoy como Castillo de Araya en el estado Sucre. Los holandeses trataron de evitar esta reafirmación española y se escenificó una enorme y casi desconocida batalla naval en la que participaron 43 buques holandeses y que finalmente fue ganada por España.

La Plaza Rembrandt de Amsterdam está rodeada de restaurantes y cafés. Pero estos últimos no son precisamente del tipo de cafés que conocemos. Son establecimientos dónde se ingresa a comprar y consumir marihuana en forma legal. En las avenidas hay avisos luminosos donde las autoridades advierten que existen personas inescrupulosas vendiendo heroína blanca por cocaína y que a causa de esto, hay varios turistas intoxicados. En la Zona Roja, las prostitutas se exhiben en vitrinas con cortinas que corren mientras el parroquiano consume su mercancía.

Las calles de Amsterdam huelen a marihuana, pero paradójicamente las cárceles se están quedando sin inquilinos. Sólo en 2012 se debieron cerrar ocho prisiones. Lo mismo está sucediendo con las iglesias: más del 44% de los holandeses (por cierto, los más altos del planeta) se confiesa no creyente pero hay más de cincuenta museos para una ciudad de las dimensiones de Barquisimeto.
La ausencia de policías en las calles es evidente. Solo a último momento una patrulla móvil que resguarda la gigantesca cola de turistas que tratan de entrar a la Casa de Anna Frank, me hizo sentir algún atisbo de autoridad.

Y es que en Amsterdam la libertad abruma. En una ciudad con 800.000 habitantes y 850.000 bicicletas la vida es definitivamente diferente. La bicicleta uniformiza socialmente a los holandeses, pues todas son humildes, negras, introvertidas; pragmáticas, como casi todo en esta ciudad sin pretensiones que no se acompleja ante sus pares europeas. Porque Amsterdam, quizás por estar sostenida por más de once millones de pilotes de madera enterrados en el lecho marino, se enorgullece de haberle ganado por los momentos, la batalla al mar y quizás por ello no tiene que exhibir otros trofeos de conquistas que caracterizan el esplendor de Paris o Londres.

La ausencia de majestuosidad se respira hasta en los comercios. No es posible encontrar en Amsterdam o sus alrededores un hipermercado tipo Walmart o Carrefour. Sobre todo porque los holandeses  son muy poco aficionados al auto particular. En cambio la cadena de pequeños abastos Albert Heijn está diseñada para el cliente ciclista que lleva en su cesta la compra del día.

Abandoné Amsterdam pensando que el mundo tiene mucho que aprender de los holandeses y su lógica manera de ver la vida y tratar al planeta.

La especulación final me resulta inevitable: ¿Qué hubiera sido de nuestra historia si en aquel momento de 1623 los españoles no hubieran reaccionado ante la invasión holandesa de nuestras costas?

A no ser por esta acción temprana, es muy probable que, al menos los cumaneses y carupaneros estuvieran hoy hablando holandés y las pintorescas fachadas de las alargadas casas holandesas caracterizarían el centro histórico colonial de Cumaná. Pero sobre todo, es posible que fuéramos una sociedad más justa dónde el “Small is Beautiful” hubiera sustituido a la “Venezuela Potencia” como lema nacional.

Probablemente no hubiéramos pedaleado tanto…


Digo yo.

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